Desde una comunidad indígena llamada Nabasanuka, en Delta Amacuro, Venezuela, me escribe a menudo Marcus Dutra, joven médico brasileño formado en la ELAM. Está feliz de servir en uno de esos pueblos de cuya existencia no sabíamos —en realidad no sabríamos— nada, de no ser por las circunstancias que lo llevaron a él, y antes a otros como él, hasta el delta del majestuoso Orinoco: la Revolución Bolivariana y el horizonte infinito de los sueños cumplidos de Fidel.
Dicen que sobre las olas del Mar Caribe, una canción fue luz en noche cerrada; que un nombre de mujer y emperatriz despidió a los que serían libres o mártires; que un tema de amor puede ser la semilla de una generación.
De igual modo que cualquier hombre o mujer, enteramente consciente o no, en el fondo de su ser, por instinto propio, a veces nebuloso, rechaza que lo sometan a la explotación por otros en sociedades donde es ley económica imperante, en otras de distinto signo provoca malestar e indignación quienes se aprovechan fácilmente de los frutos del esfuerzo ajeno, sin aportar nada. Esto es lo que se traduce en una expresión tan cubana y genuina como «coger mangos bajitos».
Entre los términos de nuestra lengua diaria, este comentarista elegiría como palabra clave para el año que comienza a «participación» y su verbo «participar». Son palabras muy usuales. Y por ello uno estima que deben de ser restablecidas en su original significado de «tomar parte». Porque no muchos podríamos asegurar que cuando participamos, en verdad estamos tomando parte. Participar o, más bien, hacerse elemento, pieza mediante un voluntario, convencido, ético compromiso.
Galletas dulces. Eso fue lo que, sin rodeos ni tapujos, nos ofreció un muchacho aquella fría tarde. Mi colega Alina y yo salíamos del trabajo, «heridas» por el hambre, y ella se «derritió» de repente cuando vio la gigantesca bolsa de galletitas dulces que el joven llevaba en sus manos. Y esta fue la respuesta a su piropo:
Quien observa un mapa casi de manera instantánea posa su mirada en el gigante sudamericano, atraído por su extensión territorial; mientras que la imaginación de no pocos vuela a las playas de Copacabana, al carnaval de Río de Janeiro o a la majestuosidad del Amazonas al oír hablar de Brasil.
El camino es árido. La lluvia se esconde. Las rocas desnudas. Caimanera es la salina de Cuba. El sol reverbera en las montañas de sal. Dicen que hasta los muertos entran aquí en salmuera; pero estas no son las minas de Wieliczka. Para llegar a Caimanera se necesita un permiso especial. En Guantánamo está la única frontera terrestre de la Isla.
Tal vez algunos dirán, mecánicamente, que me falta un tornillo, que se me aflojó una tuerca o, incluso, que me «fundí». Lo dirán porque ya otras personas, en los estertores de años pasados, pidieron deseos similares y fueron tildadas de ilusas.
Si la relevancia de un asunto se mide por las oportunidades en que se menciona en instancias políticas o gubernamentales, entonces la de este no es de despreciar. Pero si se agregan las ocasiones en que salta en muy diversos espacios sociales, entonces se eleva su connotación.
«Ese es el Tema…», me comentaba un colega aludiendo al asunto que, como ningún otro, atrae con intensidad la atención y las meditaciones del cubano actual.