El reloj marcaba las 16:53 de la tarde del 12 de enero de 2010 cuando todo Puerto Príncipe comenzó a moverse. Nadie entendía nada. Buena parte de las viviendas, los edificios gubernamentales, templos y la endeble infraestructura haitiana, se fueron abajo. La tierra comenzó a abrirse, todo a desmoronarse y la vida de miles de haitianos a apagarse. Bastaron alrededor de 20 segundos para despedazar el alma de una nación que por siglos pareciera haber estado olvidada por la fortuna.
Si en la política de la Florida estuviésemos jugando póquer, podríamos decir que tenemos trío de dos, y si estuviéramos jugando cubilete, que pusimos tres negros en toda la noche. Digo esto porque en las últimas elecciones de este estado, fueron elegidos los peores tres candidatos que uno podía imaginarse para el puesto de gobernador estatal, Senado y Congreso federal. Increíble, pero así fue. No se puede concebir que los tres candidatos a esos puestos hayan sido electos, después de conocerse públicamente la trastienda de cada uno de ellos. Tal parece que a la mayoría de los votantes de este estado no le importa lo corrupto que pueda ser un individuo para elegirlo como su representante.
La perspectiva que hoy se apunta en el país para salir y seguir adelante, genera junto a las justificadas expectativas el siempre saludable cruce de criterios que reactivan neuronas y movilizan voluntades. Lectores escriben acogiendo las proyecciones sobre el tapete y se lamentan de que no se hubieran trazado mucho antes.
La zafra chiquita del azúcar fue buena. El tomate abunda y la cosecha se promete grande. Las coles verdean en las estanterías. No se ve mucha vianda, pero algo se resuelve en los mercados agropecuarios estatales: malanga isleña y un poco de plátano.
Por estos días, el frágil invierno cubano tiñe las tardes de un oro sereno. Te das un respiro de la escandalosa canícula, y oreando escondidos abrigos descansas de la sudorosa promiscuidad. Con las discretas temperaturas, irrumpen silencios e introspecciones. Jugueteando contra árboles y tendederas, grises vientos revuelven recuerdos y nostalgias de la infancia perdida.
Lo hemos repetido: pocos dudarán de que el hombre no pueda vivir sin ilusiones. O sin esperanzas. Todo individuo es sujeto de la esperanza. Y toda sociedad por tanto, tiene que ofrecer la esperanza, la ilusión, que no fantasía, como sostén. Y la más cierta esperanza consiste en partir de lo que tenemos y necesitamos para alcanzar el horizonte visible o previsible.
Quizá, de no haber sido médico, no hubiera querido tanto al ser humano. O quizá no hubiera sabido tan bien, como supo tempranamente, que no hay medicamento como la voluntad para espantar los males.
En la edición del pasado 23 de diciembre, publicamos una propuesta de nuevos identificadores para cada equipo durante la Serie Nacional. Ellos llegaron hasta nosotros por cortesía de un lector, quien los recibió de otro aficionado.
Si el dueño cuida la casa para que el ladrón no entre, está en su derecho; pero si pasa el pestillo para no dejar entrar a otros convivientes, actúa con una «amable violencia» sobre los derechos de los demás.
Dicen que sobre las olas del Mar Caribe, una canción fue luz en noche cerrada; que un nombre de mujer y emperatriz despidió a los que serían libres o mártires; que un tema de amor puede ser la semilla de una generación.