El reloj marcaba las 16:53 de la tarde del 12 de enero de 2010 cuando todo Puerto Príncipe comenzó a moverse. Nadie entendía nada. Buena parte de las viviendas, los edificios gubernamentales, templos y la endeble infraestructura haitiana, se fueron abajo. La tierra comenzó a abrirse, todo a desmoronarse y la vida de miles de haitianos a apagarse. Bastaron alrededor de 20 segundos para despedazar el alma de una nación que por siglos pareciera haber estado olvidada por la fortuna.
De un momento a otro, un panorama dantesco inundó la ciudad. La mayor parte de Puerto Príncipe y las ciudades cercanas, junto a la vida de casi 300 000 haitianos quedó trunca. Todo lo destruyó un terremoto de magnitud 7,3, con su epicentro a 15 kilómetros de Puerto Príncipe y 44 réplicas posteriores. Esos son los números de aquel día, los relatos de quienes lo vivieron y de quienes aún padecen los estragos son menos científicos y más dolorosos.
Un año ha transcurrido desde aquel fatídico 12 de enero y aún los haitianos no respiran con alivio. Más de un millón y medio de personas siguen mal viviendo en precarias condiciones y se esfuerzan por subsistir en medio de los escombros que aún pueblan las calles. Profundizada por el sismo, la miseria fue seguida por una mortal epidemia de cólera que ya se ha cobrado cerca de 4 000 vidas. Si algún avance pudo haber en estos 12 meses transcurridos, el cólera detuvo todos los esfuerzos.
La epidemia sigue trastornando al país, y a los ya afectados podrían sumarse otros 400 000 en menos de seis meses, según las autoridades. Desde octubre, el cólera se ha extendido a los diez departamentos en los que está dividido Haití y hasta la vecina República Dominicana.
Pero si el cólera y los escombros entre los que habitan los haitianos entorpecen los pocos avances y exacerban el sufrimiento, el principal freno es la pasividad de la comunidad internacional. La asistencia mundial que se volcó en las semanas posteriores al cataclismo y prometió cuanto recurso hiciera falta para llevar ese país a la normalidad, parece cosa del pasado.
De acuerdo con datos de Naciones Unidas, se requieren al menos 10 000 millones de dólares para comenzar la reconstrucción del país, y al menos 5 000 millones de dólares más para establecer un programa de construcción de viviendas que dé abrigo a las miles de familias que se quedaron en la calle.
Ha sido Cuba, en coordinación con las naciones que conforman la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), quien no ha cesado de ofrecer su brazo solidario. Médicos cubanos y jóvenes galenos graduados en la Isla han contribuido a que los muertos por los efectos del sismo y ahora por la epidemia de cólera, no sean más.
Con sus símbolos emblemáticos, como el Palacio Presidencial y la Catedral de Puerto Príncipe en ruinas, sin la ayuda internacional necesaria, un aparato productivo paralizado y un desempleo superior al 70 por ciento, la reedificación de la nación, destrozada por la naturaleza y décadas de expoliación, no es más que una realidad lejana. Haití vive a la sombra del olvido, pero la vida siempre empuja desafiante.