Es una amalgama de circunstancias, y todas apuntan a la manipulación más burda para intentar disminuir las relevaciones de Wikileaks sobre la política exterior del imperio washingtoniano. Julian Assange, la cabeza visible de la red que ha puesto a temblar a más de uno, fue detenido en Londres bajo el cargo impuesto en Suecia de que «violó» a dos mujeres, adultas por más, y que basan la acusación ridícula en que se rompió el preservativo mientras practicaban el acto sexual, por tanto, se sienten perjudicadas.
No es primera vez que tengo la ocasión de referirme a esta obra fundamental de Juan Bosch. Como sabemos, El Pentagonismo, sustituto del imperialismo, gana cada día mayor actualidad pues tiene la virtud de que sus enunciados teóricos se comprueban en la práctica, mostrando el valor y la profundidad de análisis del autor.
Hoy rompemos el hielo —literalmente, porque ayer «chifló el mono» en buena parte del país— con la sugerencia de Michel Rodríguez Matos, trabajador del Ministerio del Interior.
El guerrero caminaba despacio entre volutas de humo y polvo. A pesar de lo sufrido en muchos años de lucha, mantenía esa convicción propia de un gigante: de repente lo iluminó un rayo de sol, miró hacia el horizonte y visualizó a un ejército de hombres. Así germinó la esperanza, el paisaje se coloreó y las cortinas desaparecieron. América renacía de sus cenizas como el ave fénix.
Patria es humanidad: es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer.
Tantos otoños me han batido y sin embargo su imagen permanece vívida, nítida y omnipresente, como la de aquella mañana lloviznosa cuando me llevaron al aula de la escuela pública de mi barriada y toda la grey infantil que se iniciaba en la primaria latía expectante ante la maestra que nos acogía, y a la cual contemplábamos envuelta en una aureola que el tiempo nunca pudo disipar.
Arde en mi memoria, como postal perfecta, aquel Plymouth anchuroso y elegante que su chofer, el gran Neno, sacaba a pasear desde su garaje en el Cerro habanero hasta cualquier calle donde los ojos se iban embelesados tras aquella nave, que cada año lucía un color distinto.
Nuestra especie comenzó a humanizarse mediante el trabajo. ¿Sería válido afirmar, por tanto, que podría deshumanizarse si dejáramos de ganar el pan «con el sudor de nuestra frente»? Lo que bíblicamente resultó un castigo, derivó al cabo en un ejercicio mejorador y las manos y su conductor, el cerebro, hallaron plena justificación de su existencia, porque pudo entonces verse que manos y brazos no habían crecido para apoderarse de «frutos prohibidos», sino para cultivarlos y merecer comerlos.
Cuando el portugués Armando Rodrigues llegó a Alemania en 1964, lo primero que recibió fue una moto de regalo y el aplauso de una multitud. Era el inmigrante número un millón, de los que habían marchado al país de Beethoven a participar en la reconstrucción de la posguerra. Habían muerto tantos hombres en la contienda, que Berlín buscaba en el exterior abundante mano de obra masculina.
Mientras los enfermos se arrellanaban en sus camas en busca del difícil reposo, un grito sísmico salió desde la ventana para estremecer toda la sala: «Yupisisleidis, ¡subeee! Tráeme el almuerzo que estoy facha’o».