Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Con mi dinero pago

Autor:

Luis Sexto

Nuestra especie comenzó a humanizarse mediante el trabajo. ¿Sería válido afirmar, por tanto, que podría deshumanizarse si dejáramos de ganar el pan «con el sudor de nuestra frente»? Lo que bíblicamente resultó un castigo, derivó al cabo en un ejercicio mejorador y las manos y su conductor, el cerebro, hallaron plena justificación de su existencia, porque pudo entonces verse que manos y brazos no habían crecido para apoderarse de «frutos prohibidos», sino para cultivarlos y merecer comerlos.

Eso, dicho así, un tanto poéticamente. Pero con los ojos puestos en la sociedad parece que sí es posible afirmar, aun en esta era global y digitalizada, casi toda capitalizada, que lo que ha servido para perfeccionar a los seres humanos, también serviría para atrasarlo si el trabajo adquiriera el descrédito del castigo. ¿No vemos acaso el decrecimiento material del vago, o el deterioro ético del pícaro que intenta vivir de lo que quita, hurta o estafa?

En términos generales, a ras de individuo, la sociedad humana ha perdido fortaleza ética, capacidad manual e intelectual, porque la cultura del trabajo se ha difuminado entre las espirales del hedonismo, del placentero estar mediante pocos, cortos esfuerzos, anteponiendo el ventajismo al rigor. Y parece, por lo que uno ha visto, oído y leído, que es más meritorio ganar que dar… Sea dicho exclusivamente en el plano ético, no en el de las relaciones sociales o en las de producción, que por esa galaxia no navega mi nota de hoy.

Convendría, pues, ante este cuadro general alzar a rango de principio los versos de Antonio Machado que hacen radicar la gloria del individuo en el afán laborioso que lo sostiene sin trampas, ni limosnas, ni regateos: «…A mi trabajo acudo, con mi dinero pago/ el traje que me cubre y la mansión que habito,/ el pan que me alimenta y el lecho donde yago».

Los versos del poeta exponen al trabajo como medio de satisfacer las necesidades de las personas. Pero también, afrontando una paradoja provechosa, habrá que convertirlo en necesidad, con lo cual la ecuación se plantearía así: una necesidad que resuelve necesidades. Y si tengo necesidad de trabajar para solventar mis necesidades básicas —extensivas a mi familia— de comer, vestir, dormir, cobijarse, tendré irremediablemente que ser yo mismo, principalmente, el que defienda, proteja, cuide mi trabajo, que evite incluso la natural resistencia a esta o aquella labor, en un rechazo acomodaticio.

Lo reitero. Escribo en términos generales. Ya no sugiero que el país genere soluciones a uno de nuestros problemas básicos: valorar justamente el trabajo como medio y fin de cristalización individual, con la premisa de que el mérito no se obtiene solo por trabajar sino por realizarlo como si de nuestra labor dependiera todo cuanto somos. Nuestra sociedad ya ha trazado la estrategia —expuesta en los lineamientos que debatirá el VI Congreso del Partido y que hoy se discuten en centros de trabajo y barrios— para, entre otros propósitos, reivindicar el trabajo. Por tanto, recomponer la filosofía del trabajo, poniéndolo como máxima expresión ética y cultural de la persona, exige en la situación de Cuba un proceso equivalente a un parto, y ya sabemos cuánto de prudencia, de profilaxis, de terapéutica y dolores exige el nacimiento de una criatura. De ese conocimiento de las leyes más comunes de la vida, resulta también una creciente humanización de nuestra naturaleza. Responder solo con el estómago a los problemas de la colectividad podemos definirlo como un rasgo de hominización; es decir, humanizarse y hominizarse no son equivalentes; proponen diferencias de plenitud en nuestra especie.

Y vistas así las cosas, qué recomendar a mis compatriotas, si de algo sirven estas letras, sino forjar una relación entre la esperanza y la confianza; entre lo que me ofrecen y debo devolver, lo que necesito y debo multiplicar; entre el orden y el paso, la mano y el índice. En fin, habremos de evitar la desilusión porque desilusionarse puede implicar diluirse, fraccionarse. Y todo cuanto nos fragmente, en esta hora de la historia de nuestra nación, redundará en un daño colectivo.

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