De igual modo que cualquier hombre o mujer, enteramente consciente o no, en el fondo de su ser, por instinto propio, a veces nebuloso, rechaza que lo sometan a la explotación por otros en sociedades donde es ley económica imperante, en otras de distinto signo provoca malestar e indignación quienes se aprovechan fácilmente de los frutos del esfuerzo ajeno, sin aportar nada. Esto es lo que se traduce en una expresión tan cubana y genuina como «coger mangos bajitos».
Agazapados y atentos a circunstancias y coyunturas, los sempiternos gozones de ocasión andan por esta vida al acecho de oportunidades y filones para extraerle todo el jugo provechoso a favor suyo. El desorden, el descontrol, las indefiniciones, las vulnerabilidades de carácter, el descuido, la ignorancia, la superficialidad y la vanidad, entre otras muchas pistas visibles, constituyen caldos de cultivo propicios para manipular y embaucar, sin ningún escrúpulo, respecto a intereses supremos de una sociedad, de un país.
Dondequiera pueden encontrarse, medrando a la sombra de dificultades y escaseces, aunque también armados de artimañas encubridoras que requieren del alerta y la mirada a fondo para identificarlos en la sombra. Pueden ser los que trampean y especulan con los precios en los mercados, a costa de magros salarios de trabajadores, y los que se sirven dentro del hipertrofiado aparato burocrático para lucrar con prestaciones de servicios a los que están obligados, formando una suerte de remedos domésticos de mafias, dispuestas a distorsionar cifras y a entorpecer con trabas los necesarios ajustes en la ruta de un proyecto nacional, con tal de mantenerse enquistados en sus espacios de poder.
Tan solo por el propósito de aligerar esa pesada carga y despejarla de brumas con la racionalidad económica que exigen los tiempos, merece una mirada justa el recorte de las plantillas infladas por venir, que aunque no exenta de traumatismos iniciales, pero sin desprotección, debe favorecer la eficiencia administrativa y sanear el clima moral entre quienes ocupan puestos carentes de sustanciales y aportadoras tareas, creados a la ligera como si las arcas presupuestarias fueran barril sin fondo.
Por supuesto que de arrancada no será una panacea, como tampoco los caminos a recorrer que nos depara la actualización de la economía y sus precisiones pendientes, pero además de perentorio vale la pena emprenderlos para consolidar lo conquistado y conquistar más, sacudiendo las rutinas de las neuronas y los hábitos empotrados, explorando y aprendiendo para ganarle al tiempo con pisada firme e inteligencia creativa, siempre desatadora de lo mejor.
Que a la larga, al desplegarse todas las potencialidades humanas primen el esfuerzo y los resultados personales como medidores del logro del bienestar y rija la idoneidad en la elección de los desempeños, nos enrumba en el esquinado principio de distribución socialista, con igualdad pero sin igualitarismo, y de paso recorta el espacio de los buscadores de «mangos bajitos», esa mimética especie de pretendidos insumergibles a exterminar.