Alrededor de ese mobiliario, de apariencia común y corriente, y sin embargo tan visualizado en el devenir por la imaginación pictórica de grandes del pincel y el lienzo, incluido el genio Da vinci con La última cena, los mortales han preferido en todo los tiempos sostener sus encuentros más significativos.
El periodismo fue una profesión consustancial al Comandante Ernesto Guevara desde los tiempos de su adolescencia argentina. Cuentan sus contemporáneos que, siendo un mozalbete, fundó en su natal Rosario la revista Tackle, en cuyas páginas solía reseñar con conocimiento de causa los resultados de los torneos locales de fútbol rugby.
Algo se mueve en Italia, en esa magna cuna de renacentistas que por momentos —¡por años!— pareció que sucumbía al encanto de las novelas rosa y los «talk-shows» de TV que le ha brindado su «empresario-primer-ministro».
Nervioso, el anexionista gobernador Luis Fortuño casi ha rogado a los puertorriqueños no protestar. «Si quieren manifestarse contra mí en otra ocasión, que lo hagan —concedió—, pero aprovechemos la visita del presidente Obama para celebrar lo que somos».
Es una realidad imposible de disimular: en ciertos centros de trabajo, algunas reuniones amenazan con convertirse en formalidades si de votar por algo o por alguien se trata. La rutina llega a su clímax cuando el conductor se dirige a los presentes para que tomen partido: «Ahora, compañeros, vamos a someter a votación el informe. Los que estén a favor que lo expresen levantando la mano».
En julio del año ‘96 el General en Jefe pasó por allí y no precisó ordenar nada. Sus oficiales y soldados le copiaron el gesto: más mudo que lo habitual, El Viejo bajó de la cabalgadura y recogió unas cuantas piedras del río Contramaestre que colocó en torno a la cruz que marcaba el lugar. Le acompañaban Calixto García y Fermín Valdés Domínguez.
Levantarse de la ruina total requiere de un esfuerzo descomunal. Y aunque los japoneses tienen sobrada experiencia en las artes de resurgir como el ave Fénix, sobre todo por la laboriosidad y la disciplina de ese pueblo, resulta fundamental que todos estén en función del despegue necesario. Y que esa sea la prioridad.
El capitalismo, más allá de ser un sistema económico, es una forma de vida. Es la forma de vida, de «buena vida», que puede permitirse adoptar quien dispone de mucho dinero y de poca moral. Pero también es la forma de vida, de «mala vida» que tiene que sufrir la gran mayoría de las personas. Entre los muy pocos que poseen casi todo el dinero y los miles de millones de personas que poseen casi toda la pobreza, hay un colchón de población que sirve a los propósitos de aquellos, para desesperación y mayor desgracia de los derechos de estos.
Rectificar es de sabios, se encarga de recordarnos la sabiduría popular, y la canciller federal alemana Angela Merkel desearía para sí el título. Por ello, su gabinete acaba de reprogramar el cierre definitivo de los reactores nucleares del país. Al parecer, los humos de la siniestrada central nipona de Fukushima dejaron caer en Berlín aquello de que «cuando veas las barbas de tu vecino arder…».