Pudo haber hablado de su obra frondosa y llamativa, de cómo tejió el guión del filme Retrato de Teresa; del bosque de libros que ha escrito y editado.
Los lectores especializados, mayoritariamente profesionales de la salud vinculados a la actividad de trasplante de órganos y tejidos, mostrarán sorpresa ante el diseño de la revista médica American Journal of Transplantation (Revista Americana de Trasplante) correspondiente al mes de febrero de 2012.
Como lo prometí, retomo los temas de la extinta columna llamada Coloquiando, cuyo origen en 2002 y su reciente final correspondieron a mi libre decisión. Ahora podré publicar cualquier día de la semana, sin someterme a una frecuencia estricta. Y reaparezco, pues, introduciéndome en un lío: quiero pasar por oftalmólogo y averiguar en qué consiste «la vista gorda». Porque si hoy hablamos de modificar la mentalidad predominante en Cuba, tengo que señalar que «la vista gorda» es una de las patologías que afectan a nuestros faroles mentales de modo que no reaccionemos ante determinados estímulos, y si replicamos, obremos con ánimo confuso, como el que tiene mala letra.
Parece que los anexionistas cubanos van a seguir existiendo hasta el final de los tiempos. Parece ser una enfermedad hereditaria.
A Gabriel García Márquez me acerqué, tímida y discretamente, cuando apenas era yo un adolescente, un muchachón de poco más de una decena de años, animado casi a toda hora por el retozo, con la esporádica inquietud de atrapar alguna que otra lectura y desandarla, poco a poco, si aquel entramado de palabras acababa resultándome cómodo y atrayente.
Algo invita a una seductora conexión entre un editorial de nuestro diario, que salió a la luz el 13 de marzo de 1999, y los 120 años del Periódico Patria y del Partido Revolucionario que le dio origen, que celebraremos este 14 de marzo.
¿Por qué un dilema presuntamente bilateral se está convirtiendo en asunto que involucra cada vez a más naciones y personalidades del mundo?
Las veleidosas profecías de que el mundo se acaba este año parecen desatar desmedidos egoísmos en algunos. Ámate a ti más que a nadie, es la receta de quienes solo reparan en vivir sin frenos y aguardan por el Apocalipsis desde sus poltronas, sin buscar las razones esenciales de la crisis que nos azota.
Aún en mi pueblo se yergue la casa donde crecí hasta los nueve años, y está también la ventana desde donde, al mirar el atardecer, recibí la impresión de que la vida carecía de sentido: todo tenía fin. El episodio lo conté hace años en una crónica condenada también a morir con el día. Incluso, en un poema aún inédito retraté aquel momento tan lejano en el tiempo y tan presente en la flaccidez de mi envoltura carnal: Cuando hacia el oeste/ se juntan/ la bola amarilla/ de la tarde/ y el blanco viejo/ del cementerio, /por qué todo acaba,/ papá.
Pese a que le abundaban en el aula hombres curtidos, en aquellas jornadas parecía profesor del arcoíris: alumnos adultos de todos los colores (incluidos muchos negros de clarísima nobleza) le escuchaban en las noches de los jueves en el aulita de Nueva York adonde llegaba después de dar a otros sus clases de Gramática Española.