Su noble imagen por sí sola exigía manifestarle bondad y comprensión a la anciana. Casi en un susurro y como apenada, ella le dijo a la dependienta que carecía de más dinero, ante el sorpresivo alarido de esta por la imposibilidad de aceptarle aquel billete con una pequeña rajadura.
Esa mañana miré un correo electrónico y quedé anonadado. Me alertaba de que yo sería objeto de una «fuerte crítica» en una emisión de la revista Strike, espacio de Radio Ciudad del Mar, en Cienfuegos.
Las miradas se vuelven una y otra vez hacia los países que usaron su derecho al veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Rusia y la República Popular China dijeron «no» a que se repitiera en Siria la triste y terrible historia de Libia, pero eso no fue motivo precisamente de reconocimiento. Más bien ambas naciones soportan desde entonces un chaparrón de críticas en todos los tonos.
Muchos en el mundo afirman que los cubanos somos padres de la hipérbole. Es que somos patriotas sin fondo, amantes exagerados, deportistas apasionados y fanáticos a una cultura que alguien ha dicho, con acierto, que no tiene momento fijo. En fin, que vivimos la vida desenfrenadamente. Sin metáfora.
El latifundio que conforman las áreas infectadas de marabú perdió terreno en Cuba luego de la aplicación del Decreto-Ley 259, aprobado desde 2008 para poner en producción las llamadas tierras ociosas.
Habría que ver cuál salida es peor: si el default financiero en que caerá Grecia si el mes próximo no puede pagar el tramo correspondiente de sus débitos, o el default social, esa inconformidad ciudadana que volverá a estallar este domingo, cuando miles de personas tomen las calles contra el segundo ajuste impuesto a Atenas por la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, a cambio ahora de 130 000 millones de euros (prestaaaaaaaaados, claro está). Un dinero que permitirá a Atenas salir del apuro pero que, al final, le seguirá tensando la cuerda alrededor del cuello.
Ni sé cuándo fue la primera vez que escuché la palabra —si así puede llamársele—, pero estoy seguro de que nadie la pronunciaba con mayor entusiasmo que Alcides Sagarra, toda una institución viviente del boxeo cubano.
Revisando ideas que hace no mucho escribí para otro espacio, encontré estas líneas a las que no hace falta quitarles polvo alguno para compartirlas con nuestros lectores. Movida por la realidad, proponía entonces:
Hay un borde donde la esperanza y la tenacidad se dan como prodigios, y donde La Habana tiene sus labios para besar al mundo. Ese es el Malecón, espacio acariciado por el mar y que tanto ha deslumbrado a poetas, visitantes e hijos legítimos de Cuba.
Los maestros del periodismo recomiendan que si alguna vez se abre una columna —espacio regular en su frecuencia, y caracterizado por los temas y un modo personal de enfocarlos y expresarlos—, es conveniente también cerrarla en términos estrictos. Esto es, respetar a los lectores, pocos o muchos, hasta el último día e informarles que el autor se retira del escenario prefijado.