Su noble imagen por sí sola exigía manifestarle bondad y comprensión a la anciana. Casi en un susurro y como apenada, ella le dijo a la dependienta que carecía de más dinero, ante el sorpresivo alarido de esta por la imposibilidad de aceptarle aquel billete con una pequeña rajadura.
Insistió la octogenaria en que estaba totalmente completo, que se lo habían devuelto en una compra, pero la dependienta siguió plantada, aferrada más al capricho que a la razón.
El incidente no resulta una excepción. Se ha generalizado en muchos lugares la norma de rechazar un billete gastado o con alguna rotura, pegadura o mancha.
Aunque parezca sorprendente, ese «decreto» que inhabilita el poder de nuestro peso jamás lo ha dictado el Banco Central de Cuba, encargado de emitir la moneda nacional y velar por su estabilidad, entre otras funciones cardinales.
Hace unos días, un bodeguero rechazó otro billete con una rajadura y le pregunté en qué se amparaba para ello. Me contó que era una orden del centro de recaudación de la empresa donde depositan el dinero de las ventas. Una respuesta similar han recibido otros congéneres. Algunos, incluso, han querido conocer qué letra sanciona ese proceder y han descubierto que los documentos citados no están a la mano, cerca del mostrador, o, sencillamente, no existen.
Resulta obvio que los billetes se deterioran por el uso y el mal cuidado, como es el escribir sobre ellos y permitir que se mojen, manchen o ensucien. También ciertos descuidos imperdonables les cobran factura, como cuando se agujerean o prácticamente se deshacen en el bolsillo de una camisa puesta a lavar… Todo ello le cuesta luego dinero al Estado que tiene que invertir en nuevas impresiones.
Pero retirar de la circulación a esos que se deterioran o mutilan corresponde únicamente a la autoridad bancaria, y jamás a esas resoluciones supuestamente escritas y hasta verbales, con cierto tufillo a suplantadoras de la legalidad.
Conversé con algunos trabajadores del Banco, fogueados ya por los años dedicados a este sector. Para todos está claro que se trata de una arbitrariedad. El billete puede aceptarse aunque esté roto o manchado, incluso pegado con precinta, siempre que tenga el número de serie.
De hecho, en las agencias bancarias se reciben los depósitos de moneda de personas naturales o jurídicas, y se clasifican los billetes que están en buen estado y los que no deben seguir utilizándose. Están entrenados, cuentan con medios para hacerlo y pueden brindar la información que se precise. A más de uno quizá le salte la inquietud con la mención a las personas naturales, pero cualquier ciudadano puede acudir a una agencia bancaria y cambiar un billete deteriorado o mutilado. Podrían ser muchos más quienes empleen ese servicio, pero en términos generales parece poco conocido.
Acerca de estas cuestiones hay desconocimiento en los clientes, pero también en muchos vendedores. Si en aquellos ese vacío contribuye a su indefensión, en estos muchas veces ampara una reacción defensiva que termina siendo innecesaria y de dudosa justeza.
Entonces, asombra la ligereza con que algunos suplantan las atribuciones del Banco Central y —lo más preocupante— crean descontento e irritación en todos aquellos a los que injustificadamente, de un planazo, les invalidan su dinero.