CARACAS.— Era el mejor escenario. A unos metros de la sede presidencial —el Palacio de Miraflores— el parque de La Pagüita tiene la virtud —casual— de incorporar a su paisaje, desde la distancia, al Cuartel de la Montaña. Clásica construcción militar de la primera mitad del siglo XX. Linda. Añosa.
Pasan los días, las semanas, los meses, los años y cuatro cubanos siguen tras las rejas, en distintas cárceles norteamericanas, y un quinto se encuentra «medio libre», con toda una serie de controles por parte de las autoridades de este país.
Los enemigos de la Revolución presentan a los cubanos como un pueblo «esclavizado», y en otras «fanatizado». La manipulación incluso terminó por convertirse en táctica política de algún sector gobernante dentro de Estados Unidos, para el cual la llamada «solución biológica» es la mejor apuesta, pensando en el derrocamiento de la Revolución.
Mis oídos no podían escuchar bien; tal vez querían creer incierto lo que oían. El animador del baile «para niños y adolescentes» pedía a gritos que levantaran la mano los que preferían «la cerveza bien fría y las mujeres bien calientes». De súbito se encendió la alarma en mi cerebro y un montón de preguntas pasó rápidamente por él.
No se trata de una simple frase lanzada al vuelo, ni de un eslogan necio aprendido de memoria, aunque la locución sí tiene mucho de mecanicista y vana.
Martí no soporta las alturas. No les teme, pero hay demasiado frío en ellas. Por eso, cada mañana, tan sutil como el ala del colibrí o el pulcro rocío, desciende del Turquino, entre la niebla, y bebe en el mismo jarro del arriero, un buche de café que caliente los huesos, mientras se cuentan mil historias campesinas.
Se mece en el portal mientras oye a la gente pasar, qué tal Lalo; ahí, más o menos. Luego mira el horizonte que se emborrona hacia el sudoeste, como pensando en que hoy, mañana, ayer… O mañana, ayer, hoy vienen siendo lo mismo para él que ya no puede intercambiarse sino resignarse a estar. Todo gira uncido a los brazos de un reloj preciso, constante. Ni el sol se retrasa, ni la lluvia, por tardíamente que caiga, se desconecta de un plan inexorable en su ejecución.
No hubo blandenguería en José Martí y en Ernesto Guevara. Uno y otro, en momentos históricos diferentes, creyeron en el mejoramiento humano y lucharon a favor de esa causa aunque tuvieran que librar la guerra necesaria para avanzar en la conquista de ese sueño milenario.
A la calle Esperanza, de Managua, le nació una tarima, y luego un par de andamios y unos juegos de luces de colores la convirtieron en teatro; teatro a cielo abierto con palcos en balcones y azoteas.
La crisis constituye la mayor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. Pareciera de «chiflados» aseverar semejante idea: Albert Einstein fue ese «loco» que lo aseveró a mediados del siglo XX.