¡Dale, Danielito, apúrate… pa’ que nos dé tiempo!, le dice la madre a su hijo mientras le toma la mano y se lanzan a cruzar la avenida 23 para llegar hasta Coppelia, segundos antes de que el semáforo de la calle L cambiara su luz roja por la verde.
Extraño. Inexplicable. Maravilloso. Todas las palabras del mundo son insuficientes para describir ese sentimiento. Llega sin tocar a la puerta y entra aunque esté cerrada, se queda, se apodera de todo, lo revuelve todo, y aun así hasta el más ordenado e intransigente pone cara de bobo, se hace el desentendido y le permite la estancia, si es posible, indefinidamente.
A veces, cuando se habla de prestar un servicio, no se toma en consideración que el respeto al cliente es esencial. Es esta una verdad que comprobé recientemente en el Aeropuerto Internacional Antonio Maceo, de la ciudad de Santiago de Cuba.
Al siguiente día de que Juventud Rebelde y numerosos sitios de internet publicaran mi artículo Una injustificable injusticia (5 de febrero), en el que escribía sobre los cinco antiterroristas cubanos injustamente sancionados en Estados Unidos, un amigo me trajo desde La Habana el libro Los últimos soldados de la guerra fría, del escritor brasileño Fernando Morais. De más está decir que, de una sentada, me lo leí. Está escrito en una forma sencilla, sin palabras rebuscadas y resulta muy fácil su lectura.
No siempre ponemos toda la atención que debiéramos en lo que hacemos. De hecho, acciones y decisiones esenciales, al repetirse casi a diario, llegan a automatizarse al punto de que apenas requieren de intervención consciente.
«En prever está todo el arte de salvar», vaticinó el adelantado de siempre: José Martí. Y ese apotegma debía sustanciar los complejos y nada lineales cambios que supone la actualización del modelo económico cubano.
Aunque el buscador Google diga lo contrario, mi amigo Michel tiene razón: solo existe un Pepe Alejandro en este mundo. Sería mucho fárrago para la geografía terrestre darle espacio a otro con pasiones tan trepidantes. Además, de habitar en el mismo planeta personaje similar, algo se quebraría en el equilibrio de las especies de la prensa, ese heterogéneo mundillo en el que hay desde egos rascacielos hasta quijotadas de modestia.
Alguien me dice que tiene «los vecinos más contentos del mundo…».
Hubo que vencer colinas. Pero la llama, Martí, el amor, llegó a La Habana. Ampollas gigantescas en los pies, tendones rehusados a relajarse, pieles rojas y brillantes por el efecto del sol, y el corazón a punto de estallar de orgullo y emoción, son parte de la lista de hermosas secuelas eternas que el viaje de la llama martiana, uniendo las puntas de Cuba, sembró entre los jóvenes cubanos.
En los primeros días del mes de diciembre del 2012 conocimos que el Ministerio de Salud de la República Bolivariana de Venezuela prohibió el comercio y aplicación de los «célebres» rellenos en tratamientos con propósitos estéticos, tales como aumentar el tamaño de los senos y glúteos, reducir arrugas o levantar los pómulos de la cara.