Una vez más, escuchar a Fidel es sumergirse en las honduras de la existencia humana. No importa que sus palabras sean pocas o muchas. Breves fueron las pronunciadas por él durante la Sesión de Constitución de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular este 24 de febrero, y en ellas, además de la carga espiritual que siempre tienen, hay una mirada que echa luz sobre tramos de mucho tiempo, lo mismo hacia el pasado que hacia el porvenir.
Suena a displicencia y gozadera, a irrespeto y rumbatá en la recepción de cualquier entidad, sus pasillos y hasta en los despachos. Es el VIH de la vía pública, para el cual hemos extraviado los antídotos. Y se cuela pegajoso dondequiera, por las fisuras de cualquier honorable institución. La sonora palabra, desparpajo, la descifra al instante el cubano sobrio. Y la sufre.
Tantas veces le he temido a sus impertinencias que me he sentido en ocasiones medio mal, medio ebrio de sus elucubraciones y dislates, medio en deuda conmigo mismo. Me ha hecho por momentos mitad miserable, mitad tacaño, como si tuviera yo, más allá de mi subconsciente y mis obsesiones de humano encabritado, una fracción de gente cuerda que lo busca para preservarlo, borrarlo y hasta ponerlo a correr sin medidas... a ver qué pasa.
Conocidos con experiencia previa, me habían adelantado que enfrentaría un considerable choque cultural en el momento en que pisara estas tierras. Y no se equivocaron.
La victoria electoral del presidente Rafael Correa y su partido Alianza País en los comicios celebrados en el hermano Ecuador han confirmado lo que el propio Correa ha venido subrayando. Estamos, en América Latina y el Caribe, ante un cambio radical signado por la voluntad de las masas populares de avanzar por el camino de la independencia y la integración, con justicia social y un desarrollo que propicie el bienestar de todos los ciudadanos.
Por esas vueltas que da la vida, hoy ando por las tierras del Sol Naciente, aquellas que hace ya unos cuantos años, previo a mi salto a la complicada adolescencia, imaginaba como una inmensa juguetería. Y es que mi generación creció «babeada» con los animados japoneses, definitivamente menos instructivos que los «muñequitos rusos», pero mucho mejor dotados para hacernos imaginar un futuro espectacular.
Realmente somos solidarios, pero no hay que exagerar. Basta compartir amistosos nuestro espacio de una guagua y hasta ceder el asiento, si no se ha sucumbido ante el reciente virus de la imperturbabilidad, pero la música… «Gracias, puedo oírla en casa».
Como un ritual de iniciación adulta debería considerar la ciencia antropológica ciertas gestiones que, de solo imaginarlas, erizan a cualquiera: legalizar una propiedad, casarse o divorciarse, permutar, formalizar un poder ante notario, sacar un turno médico, consignar la muerte de algún familiar, pedir un crédito bancario…
Fidel ha tenido dos sentadas muy simbólicas en eventos decisivos del sistema del poder revolucionario del país en los últimos años.
Primero aquellos choferes colocaban una soga de esquina a esquina, con un cartelito simple: «No pase». A la espalda de esta advertencia otro rótulo delataba la matriz de las empresas «cerradoras».