Ojalá no haya que entender como un augurio el cansino y tedioso «Bachelet, Bachelet, Bachelet… ¿No hay otras noticias?», con que la Embajada estadounidense en Santiago reflejó en la red social Twitter esa suerte de hastío que, evidentemente, provocó a sus funcionarios la reacción popular a la noticia.
La ex presidenta Michelle Bachelet acababa de regresar a Chile luego de renunciar a su puesto como directora de ONU para el tema Mujeres y anunciaba que se postulará a las presidenciales del próximo mes de noviembre, lo que disparó el aluvión mediático a favor de la dirigenta socialista, mediante comentarios, frases populares de aliento y especulaciones políticas.
Por eso, unas horas después, la legación diplomática de EE.UU. borró el tuit, dijo que era obra de alguien no autorizado, y recogió cordel… E hizo bien, porque el nombre de la ex mandataria promete mantenerse en los primeros planos del acontecer chileno y latinoamericano, les guste o no a los mandamás estadounidenses.
Así lo dejan ver tempranísimos sondeos que le adjudican una popularidad cifrada en diciembre pasado —cuando aún no se sabía que contendería en las elecciones— en un 53 por ciento que pronto podría llegar a los 84 puntos porcentuales que tenía al dejar la presidencia en 2010, impedida por las leyes chilenas de ir por la reelección. Se trata de una mayoría absoluta que le permitiría, incluso, ganar en primera vuelta, y que rebasa ampliamente, por demás, el 11 por ciento que se adjudica a quien esperan sea su contrincante, el derechista Laurence Golborne.
Pero claro que es pronto aún. Bachelet deberá concurrir todavía, el 30 de junio, a elecciones primarias de la coalición formada tras la salida de la dictadura pinochetista —la denominada Concertación para la Democracia, a la que pertenece su Partido Socialista—, y lo que es más importante: demostrar que es capaz de recoger el sentir de toda la ciudadanía, como ha prometido hacer.
No estamos hablando en este caso de puntos a favor de un proyecto. De hecho, la coalición que debe respaldar a la Bachelet cuenta en estos momentos apenas con un 22 por ciento de respaldo, según recientes estudios divulgados por analistas sobre el terreno: una baja calificación que puede atribuirse a la repetición de políticas que no satisfacen ya las demandas de la mayor parte del entramado social.
Ello explica que esa alianza no haya podido capitalizar en los comicios pasados el favor con que contaba Bachelet, y que la Concertación perdiera por vez primera la presidencia desde que asumió, cuando salió Pinochet. Así, en la evidente ausencia de alternativas políticas, los electores terminaron sentando en el Palacio de la Moneda al hoy muy cuestionado Sebastián Piñera.
Por si fuera poco, durante el mandato del representante derechista la sociedad se radicalizó, «arrastrada» por los estudiantes universitarios y secundaristas en su demanda de NO al lucro en la educación. Ello generó un movimiento de protestas inéditas en el país que ha mantenido en jaque al ejecutivo… y a los carabineros, quienes no han escatimado en «disuadir» mediante la fuerza.
Alrededor de los jóvenes se nuclearon padres, maestros, y otros sectores sociales y sindicales en una pretendida unión que, si bien no fraguó totalmente aún, gritó sin miedo —¡por primera vez en Chile!—, que el neoliberalismo es el culpable de las desgracias sociales subyacentes tras una ecuación ininteligible, que merecería un análisis posterior: el país crece, las cifras dicen que la pobreza se acortó, pero la desigualdad es cada día mayor; el cobre ha ido a parar a manos de las transnacionales, y la privatización está dañando ya hasta a la educación, con costos imposibles de pagar para las familias de los estudiantes.
Claro que estamos ante el resultado de políticas que se profundizaron durante el Gobierno de Piñera, pero que fueron inauguradas y mantenidas durante los mandatos de la Concertación mientras, por otro lado, no son visibles variantes más a la izquierda. El hecho de que el Partido Comunista chileno haya manifestado su expectativa de poder conversar con la ex mandataria pronto, podría ser un aviso de que estaría dispuesto a respaldarle, a falta de un candidato propio con la trascendencia de ella.
Por eso luce tan pertinente el saludo de Bachelet a su llegada cuando aseguró que, si gana en noviembre, su Gobierno no sería «el quinto de la Concertación para la Democracia», sino el de «una nueva mayoría» política y social. Ello implicaría un rompimiento, aunque sea leve, con las prácticas añejas, y atemperarse al Chile de hoy, que no es el mismo de cuando ella salió de la presidencia.
Eso esperan los chilenos que a priori, cuando Michelle ni siquiera ha anunciado programa, están decididos ya a darle el voto.