Despojado de su ropaje citadino, el Festival Nacional de Artistas Aficionados de la FEU concreta, a mi juicio, uno de sus momentos imprescindibles cuando apuesta al contacto con las amplias mayorías. Y este paso sobreviene con el programa colateral de dicho evento, el cual evita el enclaustramiento en las sedes universitarias y logra que se muestre a los ojos de la sociedad.
La posmoderna y tecnocrática humanidad está desafiada por un Estado «meñique» entre las montañas asiáticas. Eso dije en el año 2011 y merece recordarlo este 20 de marzo, cuando Naciones Unidas convoca a celebrar por vez primera el Día Internacional de la Felicidad.
Cuán diferente es la América Latina que nos deja Hugo Chávez a la que recibió la Revolución Cubana en 1959. En nada se parecen. Aquella estaba llena de dictadores, analfabetismo, hambrientos, enfermedades, olvidada por el resto del planeta y explotada por la primera potencia mundial, que saqueaba sus recursos naturales y la sumergía en la profunda pobreza.
Antes de partir hacia Japón, Víctor Mesa comentó en la TV una verdad aplicable a todos los individuos en cualquier ejercicio. Se refería a un lanzador con facultades, pero cuyo rendimiento rozaba la yerba: «Conversé con él, y ahora parece que quiere ayudar». El aciclonado ex jardinero central y exigente director de la novena nacional ilustraba así la actitud del que quiere vivir contento consigo mismo y ganar el respeto de sus compañeros de equipo: actuar en sintonía con la dimensión y las demandas de su talento, sus aspiraciones, y de las aspiraciones y necesidades de la sociedad en la que uno nació y se formó.
Con demasiada frecuencia no nos detenemos a meditar serenamente antes de tomar decisiones, incluso si son trascendentales y de alguna forma pueden afectar nuestro futuro o el de otros, lo cual es mucho más irresponsable. Cuántas veces actuamos impulsivamente y, por ejemplo, hacemos o decimos cosas que pueden herir a quienes queremos y nos quieren, e incluso malograr una relación.
¿Qué es vivir?, me lo he estado preguntando por estos días en que, a pesar de todas las evidencias, me parece irreal que Hugo Chávez haya dejado de estar físicamente entre nosotros. El mundo ha vivido días de consternación, y de meditación; le nació un parteaguas en su corazón, un antes y un después, un vuelco del cual ninguna mujer u hombre de bien han podido sustraerse.
A caballo transitaba José Martí el 7 de mayo de 1895 las márgenes del río Mijaíl junto al capitán mambí José Zefí Salas, quien al divisar el trayecto a Palma Soriano le cuenta al Apóstol cómo trajo por ese camino a Martínez Campos para la reunión con Maceo en Mangos de Baraguá y cómo, al término de aquel legendario encuentro, vio regresar al militar español colorado como un tomate y tirar el sombrero ante la actitud inclaudicable del Titán de Bronce.
«Nace este periódico, a la hora del peligro, para velar por la libertad, (…) para evitar que el enemigo nos vuelva a vencer por nuestro propio desorden».
Estas líneas estaban pensadas para ser escritas días atrás, pero la prematura partida física de Hugo Chávez fue como un sismo que de pronto sacudió el espíritu, de todos, entre ellos el de esta redactora.
Pasó como un relámpago que vino a iluminarnos cuando era nuestra noche más oscura. Murió como individuo para renacer como horizonte humano, y los horizontes no pueden destruirse. Muy preocupados deben estar sus enemigos, a los que combatió sin darles tregua y con toda la hidalguía con que ellos jamás sabrán hacerlo, porque cuando los hombres como Hugo Chávez mueren físicamente, se convierten en numen, y entonces ya no pueden buscarse en ningún sitio para tenderles trampas, porque están todo el tiempo en todas partes, convertidos en grito, en esperanza, en convicción indestructible de los desamparados de este mundo.