Al menos no es reguetón, pensé al inicio del concierto a todo volumen al que asistía obligada por el chofer del ómnibus 114 de la ruta P-15, que circulaba repleto un domingo en la noche. Su selección no era de las peores y mucha gente hasta tarareaba las canciones… o al menos lo intentaban, pues cuando más embullado estaba el coro él apretaba un botoncito para cambiar de intérprete.
Dos veces —en 2006 y 2009— se contó la historia en estas páginas. Sin embargo, creo que una tercera no la volvería arcaica ni inútil porque su esencia revela una espina moderna que requiere un timbrazo social.
Recientemente, en medio de una atinada porfía sobre el inquietante panorama del béisbol cubano, por ese sino algo aciago que nos viene acompañando desde hace ya algunos años en competiciones internacionales, y de algún modo corroborado en este III Clásico Mundial de las bolas y los strikes, alguien, como buscando una solución salomónica a la discusión, acabó enfilando sus ideas hacia lo previsible e imprevisible de los hechos:
Fue mi primera maestra, quizá por eso la recuerde más. Pero creo que no, fue su dulzura, la entrega en cada día de clases, y esa capacidad enorme que tenía para llegar al corazón de los niños y alojarse allí para siempre, lo que me hace recordarla.
Hay vivencias médicas que dejan huellas profundas. Son episodios que, sin duda, podrían componer las mejores páginas de un libro.
Los recuerdos acuden en ráfagas, unas veces más nítidos que otras, pero continúan regresando a pesar de los años. Dicen que grité con todas mis fuerzas para conseguir la piedad de mi madre, pero las lágrimas y la cara roja no lograron que me sacaran de aquel lugar al que veía como el castigo más grande del mundo.
Con la venia de los asiduos lectores, hoy retomaré el tema de la lucha contra los fumadores en las instalaciones deportivas. ¿Que eso es algo (casi) incontrolable tanto en el extranjero como en Cuba? Lo sé. ¿Que existen estipuladas severas penalidades para quienes son capturados «in fraganti», aunque nunca reciben el merecido escarmiento? También lo sé. Pero no podemos quedarnos cruzados de brazos y continuar tolerando tales desazones.
En varias ocasiones he escrito sobre las ridiculeces de los trogloditas de Miami. Como los he conocido a través de los años, casi desde el mismo comienzo de esto que popularmente se conoce como exilio cubano de Miami, tengo bastante memoria y muchos conocimientos adquiridos por experiencia propia sobre el carnaval de payasadas que aquí, en nombre de «la libertad de Cuba», se ha producido.
Ser o aparentar ser. He ahí, en esta sencilla oración —que no es trabalenguas ni juego corrido de palabras—, otra de las dicotomías del hombre en su existencia. Tal dilema, acaso emparentado con el célebre «to be or not to be» de Shakespeare, tiene tanta hondura que resulta imposible ignorarlo en el difícil día a día de las sociedades modernas.
Resulta común enterarse de personas que se molestan al oír o leer una crítica a «lo que pasa». Casi nunca, en cambio, los vemos agraviados por saber «lo que pasa». La operación se presenta muy dócil: la crítica curaría la herida; ignorar la herida, la pondría en posición de agravarse. Habría que preguntarle al avestruz si acostando su prolongado cuello a ras del suelo, para no ver el peligro, podría evitarlo. Sabemos la respuesta. Y por ello serán bienaventurados los que les abran el techo a los avestruces, como canta un poema ya olvidado.