Cuando las revoluciones persisten en crear oportunidades, en vez de generar prohibiciones, alcanzan una fórmula especial de perdurabilidad.
Es casi seguro que el mago Ampudia no llegue a tener nunca la misma cantidad de seguidores que el supertelevisado David Copperfield, ni la espectacularidad de Harry Houdini (1874-1926), aquel famoso escapista que logró zafarse miles de veces de camisas de fuerza, cadenas con candados, esposas y ataduras de cuerdas.
Sentado frente a la tele madrugada adentro, miraba la última saga fílmica inspirada en la obra de Homero y me detenía en el rostro de Helena, interrogándolo lunar por lunar, preguntándome si aquella belleza valía diez años de guerra —hasta con dioses muy serios involucrados— y si su recuerdo merecía los versos enormes de la Ilíada y los cientos de miles de fotogramas que el cine ha dedicado a una historia que arrancó como si nada, cuando Paris pidió a la joven casada: «¡Ven conmigo!», y ella accedió.
Alguien dijo que el secreto de la felicidad no estriba en tener todo lo que uno quiere, sino en amar lo que se posee. Pensaba en ello mientras daba vueltas en mi mente una preocupación: maestros nos faltan —aún no hemos solucionado el problema de contar con todos los que necesitamos—, pero tenemos maestros y buenos maestros. A esos hay que cuidarlos e incluso llegar a amarlos.
Demasiado predecible cada Primero de Mayo en multitudes, entusiasmo y consignas. Pero es curioso: por encima de tantos problemas en órbita, la gente en Cuba sigue marchando alegre y colmando plazas y calles el Día del Trabajo, por un entrañable sentido de pertenencia a país y a sociedad, que es rara avis en este mundo atomizado. Un sentido de posesión que urge potenciar mucho más en toda su dimensión y diversidad.
Mayo es mayo y no otro mes del año. Lo que tiene de sui géneris y suyo, de calendario que va corriendo detrás de un abril presuroso que viste siempre traje joven, no lo describen los más anticipados clarividentes de la suerte cotidiana; no lo recogen en la certeza más honda del cubano incógnito los tarots ni las cartas ni las bolas mágicas.
«Todos los cubanos tienen que venir aquí», dice Osmany, el guía, con una certeza tan natural como los helechos, que parecen inmutables al desgaste de los siglos. Él, que sabe de estas lomas hasta el último carpintero, apenas suda en la escalada de 11 kilómetros hasta el techo de la Isla, allá donde el Universal conversa con la nube.
Los Estados Unidos tienen diferentes estándares para juzgar las cosas. Como siempre digo, los ejemplos sobran. Arabia Saudita tiene un sistema dictatorial, represivo y repugnante, sin embargo para el Gobierno de los Estados Unidos eso no tiene la menor importancia y ha establecido con esa nación sus mejores relaciones.
Una madre cubana acaba de pasar un tiempo en los Estados Unidos con su hijo, residente en ese país. Y ha retornado feliz por el reencuentro, los sitios visitados, las amistades adquiridas y el ensanche de su pupila en otros parajes. Ha vuelto tranquila a lo suyo, como la cabra al monte.
La memoria histórica se preserva en libros y documentos. Hay, sin embargo, otra vía, intangible, integrada al imaginario popular. En ella se entremezclan mitos y leyendas de transmisión oral, el anecdotario de la familia, los acontecimientos locales, asociados a sitios y monumentos. El poder impalpable del recuerdo tuvo, en los inicios de la república neocolonial, una manifestación que siempre ha motivado en mí el asombro y la meditación.