Hace ya un año le debo a Pablo, y a mis semejantes, contar esta historia que es la de la entrega, y la de constatar que todos los caminos del dar y el recibir están conectados en nuestro mundo.
Durante la 49 Asamblea Mundial de la Salud, celebrada en 1996, se adoptó una resolución donde la violencia fue declarada como un problema de salud pública. Para ello se tuvieron en cuenta las secuelas engendradas por esa fusta social para las personas, las familias, las comunidades y los países, y se resaltaron, además, sus nefastos efectos en los servicios de atención médica.
Muchos compatriotas parecen creer aún que la secular epopeya cubana por conquistar primero y consolidar después la definitiva independencia se limita a un dibujo animado de Elpidio Valdés. «¡Al macheteeee…!», convoca desde el lomo de Palmiche el carismático insurrecto de la pantalla. Así, apenas cinematográfica, se cuenta a veces nuestra historia.
Como ya es ritual y gesto honorable en la avivada entrega que siempre nos llega con ellos, la buena fe de dos guantanameros adiestrados en la finísima forja de una lírica deleitable, sugerente y muy suya, se ha lanzado como si viniera desde el éter para ubicarse musicalmente en lo mejor de un interesante Dial, título que este binomio artístico ha dado a su más reciente producción discográfica, dedicada a los 90 años de la radio cubana, y entre cuyas canciones aflora la poesía en esa dimensión distinta que bien los caracteriza.
Domingo, día para el placer y el descanso… al menos para buena parte del mundo, a no ser que se sea parte de los 925 millones de terrícolas que pasan hambre —según datos de la FAO—, o se viva en la Siria que desangran, en un ghetto palestino en Israel, en cualquiera de los puntos del planeta donde la guerra y la violencia están entronizadas, o esté encerrado, sin cargo alguno y desde hace años, en el campo de concentración de la ilegal Base Naval de Guantánamo (BNG).
Por primera vez en la dilatada historia del hombre, existe el peligro real de que nuestra especie no pueda sobrevivir a causa de una catástrofe ecológica de enormes proporciones, o de guerras devastadoras que rompan el equilibrio, cada vez más precario, que hace posible la vida sobre el planeta Tierra.
De haberlo podido escoger, de seguro me hubiera retractado sin miramiento alguno, sin pensarlo mucho. Y de haber tenido la sensata oportunidad de elegir cómo, cuándo y por qué yo, me hubiera negado con tan solo saber que sería de por vida un soldado de las pastillas, un mercenario de la calma efímera y hasta un neurótico de orejas rojas y fogajes inquietos a deshora, en ocasiones sin argumentos tantas veces incomprendidos.
El pan nunca fue suficiente en la mesa; a menudo tuvieron que dormirse con el estómago vacío y poco sueño. El barrio no era tranquilo, como no podía serlo un sitio cuya corona era la pobreza y donde los hombres no tenían garantías para sus hijos, mientras que las sobras del banquete oficial de Batista se pudrían en algún basurero.
Esta vez fue peor. De lo contrario me hubiese calmado, lo hubiera soportado y no estuviera escribiendo esto. De lo contrario hubiese quedado en la anécdota de una falta de respeto más, otra molestia de las tantas a las que a veces le pasamos por el lado, saludamos con un gesto de la cabeza y le dejamos seguir su triunfal camino, dibujando dolores de cabeza para cada transeúnte desafortunado.
Algunas coincidencias tienen el poder de hacernos reflexionar sobre temas que suelen ocultarse en lo cotidiano: el 24 de enero de este año escuchaba lo que se debatía en horas de la tarde en la Mesa Redonda Informativa de la Televisión Cubana. El tema era sobre la salud pública, sus desafíos y resultados. Los análisis me hicieron tener presente un artículo publicado en la famosa revista norteamericana The New England Journal of Medicine, correspondiente a una edición que justamente tenía la fecha de salida del programa televisivo.