Con un manojo de partituras, recortes de periódicos y fonogramas, Maylene recompone para mí ese ignoto personaje, tan importante en su vida y que hasta hace poco le era tangible.
«En plancha» —es decir, por listas completas— votó la mayoría de la población a favor de Alianza PAÍS… y «en plancha» —¡ya sabemos la postura!— tendrán que ponerse ahora los partidos de la oposición si quisieran entorpecer otra vez el mandato de Rafael Correa, reelecto presidente de Ecuador.
Este 29 de marzo Teófilo Stevenson Lawrence cumpliría 61 años, pero un fallo del corazón pudo lo que no hicieron los mejores pesos completos olímpicos: ponerlo fuera de combate. Porque fue el más grande boxeador amateur de todos los tiempos, por su inmensa calidad humana y por su probada cubanía, puesta de manifiesto en todo momento, estimo oportuno este breve recuento que recoge algunos de los aspectos más sobresalientes en la vida del gran campeón de campeones quien, a raíz de ganar su primera medalla olímpica en Munich 1972, rechazó un millón de dólares porque —afirmó— «no cambio todo el dinero del mundo por el cariño de mi pueblo».
La salud de cualquier proyecto humano está muy vinculada con el ejercicio de la polémica, el hábito de someter cualquier tema esencial a un examen público y constructivo. Sin embargo, no siempre se comparte ese criterio.
El cubanoamericano David Rivera, ex representante federal, está tan perdido que ahora lo andan buscando «hasta en los centros espirituales» de la ciudad. Riverita, como cariñosamente lo llamaban sus antiguos amigos y aliados, perdió las elecciones en noviembre pasado, y desde ese mismo momento se ha convertido en un fantasma que no aparece por ningún lugar. Sus compinches de ayer hacen sus reuniones políticas y ni siquiera lo llaman para que vaya, aunque sea como invitado de tercera clase. El hombre, que no pasaba un día sin tratar de hacerle daño al pueblo cubano, se ha convertido en un apestado político y social.
Cuatro hombres me miran y yo no puedo hacer nada. Al parecer, ellos tampoco. Solo me observan y parecen verse entre sí para decidir cuál de los cuatro se atreve. No quiero saber de ninguno. ¡Llevan tanto tiempo mirándome y no actúan!
En un país que se actualiza marcando el rumbo de su propio tiempo, sin prisa, pero sin pausa, buscando acertar los mejores caminos desde las complejidades de una hora que exige pensar con tino, evitar ambigüedades y vueltas atrás, el instinto de construir y crear —como expresión primera del individuo que luego busca convertirse en forja colectiva— ha de ser pieza angular que soporte todo principio.
Hay una imagen fotográfica de Julio Antonio Mella que resulta, para mí, la más bella de todas las que conozco de él. Está fechada en 1928. Es él acostado sobre la hierba, con los ojos cerrados, con el torso desnudo y un brazo delicadamente extendido hacia delante, por cuyo gesto queda una axila al descubierto y se produce una revelación finísima de la textura de la piel y las vellosidades que la pueblan.
Un triste violín necrosado por salitres y misterios vuelve a remover las aguas mediáticas de la catástrofe Titanic, y emerge tras 101 años, como para recordarnos que aquella noche trágica seguirá dando qué hacer en el imaginario de este mundo olvidadizo.
Hay noticias que inquietan, entre otras razones, por lo irracional y peligroso del tema que traen. Así sucede con esta del 17 de febrero del presente año, cuyo titular anuncia: «Aprueban en Australia patentar código genético humano».