Demasiado predecible cada Primero de Mayo en multitudes, entusiasmo y consignas. Pero es curioso: por encima de tantos problemas en órbita, la gente en Cuba sigue marchando alegre y colmando plazas y calles el Día del Trabajo, por un entrañable sentido de pertenencia a país y a sociedad, que es rara avis en este mundo atomizado. Un sentido de posesión que urge potenciar mucho más en toda su dimensión y diversidad.
Cuidado, te dices, no seas rehén de las rutinas y abre los ojos, que por algo la gente avanza en bloque, por encima de disensos, de mi, de tu y de su criterio. Y lo hace en estos últimos Primero de Mayo, mucho más por la Cuba que cambia. Por la Cuba audaz, que enfrenta no pocas resistencias internas y externas de quienes quisieran un país hibernado, por diversas conveniencias aquí y allá. Por la plenitud de una Revolución que desanda caminos ya trillados de inoperancia y adormecimiento, y retoma sus ardores fundacionales, para esta vez intentar la toma definitiva de los cuarteles de la inteligencia, la iniciativa y la plenitud.
Sí, porque de caídas y derrumbes se sabe mucho como para no entretenernos con los errores importados y los domésticos, ni adormecernos con los innegables avances. Tenemos gravitando el alerta perenne de Fidel, de que la Revolución podría desaparecer por los propios dislates de los revolucionarios.
«Por un socialismo próspero y sostenible» es el lema de esta fiesta de los trabajadores. A fuer de sincero, temo que palabras tan retadoras de insurgencias —¿qué socialismo ha franqueado ya ese umbral hasta ahora?— se pueden convertir en eso: un lema, consignas manoseadas, por esa proverbial facundia que tenemos para indigestarnos de vocablos, si no las convertimos en hechos. Y me niego a aceptar que cualquier distracción o inconsecuencia nos pueda desviar de ese socialismo en constante renovación, que suelte sus propios lastres para remontar el vuelo de la invulnerabilidad.
Próspero. El término huele a novedad, en un país que, durante mucho tiempo, y luego de hondas transformaciones que abrieron el horizonte y las perspectivas a los más, a los sempiternos perdedores, pretendió por nobles idealismos promediarlo todo tan equitativamente, sin palancas diferenciales.
Prosperidad entendida como lo que pretende esta actualización del modelo económico: desatar los nudos que frenan las fuerzas productivas, vindicar el trabajo, ya estatal o no estatal, como la principal fuente de redistribución de las riquezas, que seduzca y estimule a los que más aportan, y los ponga en su lugar frente a los pillos, holgazanes y acomodados. Prosperidad es crecer bien y con calidad, sin mediocridades, para ir disminuyendo la brecha entre las elevadas expectativas y necesidades que genera un modelo social inclusivo y abarcador, y las contribuciones que puede aportar nuestra aún ineficiente e ineficaz base económica.
Prosperidad es también competitividad, el aprovechar e incentivar mucho más esa inteligencia cultivada del cubano —no extraviarla más—, para convertir a nuestra economía y sociedad en verdaderamente sostenibles y no dependientes y vulnerables, en los complejos escenarios del mundo de hoy, y con el feroz bloqueo norteamericano sobre la nación, entre tantas obsesivas hostilidades para con este terruño irreductible.
Próspero y sostenible, en tanto que lo logremos de manera inclusiva y participativa, contando con todos, por diferentes que sean; en la medida en que lo discutamos y decidamos en la familia nacional, ensanchando los cauces de la democracia socialista, y comprendiendo que el gobierno de los asuntos pasa por un camino de doble interacción, de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba.
Próspero y sostenible son consustanciales para el socialismo que se renueva hoy. Mucho más por eso, que por viejas y obvias certidumbres, marcharon ayer los cubanos, e hicieron un alto a sus problemas con la alegría de la posesión. Esa es una excelente señal de la Revolución para los eternizadores de la abulia.