Es casi seguro que el mago Ampudia no llegue a tener nunca la misma cantidad de seguidores que el supertelevisado David Copperfield, ni la espectacularidad de Harry Houdini (1874-1926), aquel famoso escapista que logró zafarse miles de veces de camisas de fuerza, cadenas con candados, esposas y ataduras de cuerdas.
Sin embargo, César Reyes Ampudia —su nombre completo— pudiera darse en el pecho o en el sombrero, porque practica de abril en abril otro tipo de magia, aquella que late sin trucos en comunidades, barrios, hogares que luchan todavía contra soledades largas.
Sucede que, por idea suya, decenas de magos, payasos... malabaristas de distintas provincias cubanas se van cada año a caseríos y poblados rurales de la llanura del Cauto, a sacar palomas y estrellas de la chistera para regalárselas a sus humildes pobladores, quienes siempre han deseado una chispa de diversión que les espolee la vida.
Ese proyecto liderado por Ampudia y apoyado por las autoridades de Río Cauto y de Granma desde 1991, que ha sido cobijado con el nombre de Magia de abril, nos describe al pequeño cuya mirada se encandila frente a la actuación del ventrílocuo que aún no había visto por la televisión, porque en su barrio descampado la corriente eléctrica todavía llega por una planta y en esas horas nocturnas ese niño generalmente está durmiendo.
Nos describe la sonrisa pícara de la joven que vio desaparecer y aparecer el sombrero soleado de su esposo, el mismo que durante los días de Magia... se apartó del trago con que a menudo pretendió engañar el cansancio nacido de la siembra del arroz y el aburrimiento.
Pero Magia de abril desnuda, también, cuánta fuerza poseen el arte y la cultura, motores capaces de estimular a los que se desganaron alguna vez porque no arreglaban el camino; o porque el consultorio aún no tiene dentro todo lo que se idealizó; o porque el círculo social ya no funciona como antes.
Viendo cuánta alegría consiguen despertar los que actúan en Magia... uno aquilata mejor el alma de esos magos, cuyos mensajes esporádicos en ocasiones superan el papel de ciertas instituciones, que no llegaron a esos lugares, vencidas por el acomodo, la rutina, la justificación de la lejanía…
Mirando las secuelas encomiables de ese evento comunitario, y el ardor que despierta en niños y jóvenes de nuestra «ruralidad» más intrincada, uno percibe que hacen falta muchos más intentos como este pues la Cuba anónima y profunda que con regularidad no desemboca a los medios de comunicación requiere oxigenarse espiritual y materialmente con mayor frecuencia de la que han impuesto las circunstancias.
Y se llega a la irrebatible conclusión de que esa Cuba intrincada, que solo puede soñar con realizarse en el socialismo, necesita que nos esforcemos más y mejor por ella aun cuando acariciarla y examinarla suponga quijotadas.
Se sopesa la huella de Magia de abril y uno piensa —poniendo a un lado las enormes diferencias— en las dimensiones humanistas del proyecto de Silvio por los barrios habaneros, de la Cruzada teatral en las montañas de Guantánamo, de la Guerrilla de Teatreros por lomas y llanos de Granma… Y al final termina viajando al apotegma preclaro de Martí que vincula de modo indisoluble la libertad y la cultura.
Al final se aplaude hasta el infinito ese otro tipo de magia y uno queda con el deseo de que permanezca más allá de la actuación de una noche o una tarde roja, más allá de la añorada primavera de abril.