«Hola negrita, ¿cómo estás?», y el beso fresco y cariñoso en la mejilla, como si nos conociéramos de siempre, y sus manos fuertes y cálidas haciendo peso sobre mis hombros, fue aquel primer contacto en una fría tarde-noche de septiembre en Nueva York, en la Misión de Cuba ante la ONU, donde una «torta» esperaba para celebrar el cumpleaños de una de sus hijas.
Mesías le llamó el presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, y aunque la causa que llevó a Hugo Chávez a su «cruz» aún está por esclarecerse debidamente —según han manifestado las autoridades bolivarianas—, lo cierto es que su líder ha fundado, junto a sus homólogos de la renovada izquierda continental, una espiritualidad nueva para la política de sus países y la del mundo; y lo que es más importante, para el socialismo del siglo XXI.
Aquella niña se me acercó ingenua, con la clara candidez infantil aunque traiga el oscuro saber de la desdicha. «Se murió Chávez», me soltó sin más. Yo no le creí. «Nena, con eso no se juega», le espeté palmeándole la cabeza y recogiendo el par de cintas blancas que obsequió al camino.
Confieso que no solamente me siento extraño escribiendo estas líneas, sino que me siento sumamente triste. Siempre es triste escribir sobre la muerte de un ser humano, pero aún más si ese ser humano es un verdadero líder, de extraordinaria proyección en la defensa de los desvalidos y necesitados de este mundo.
Están junto a mí, hace días, en mi oficina. Ahora contemplo otra vez la foto y vuelvo a evocar el estrechón que, sin llegar a ser abrazo, les permitía transmitirse la satisfacción de hallarse frente a frente.
Ahora mismo, Hugo Chávez canta en tiempo de llanera la alegría y el desenfado de las revoluciones, bajo un aguacero de esperanzas. Y se resiste a obedecer tristezas y consternaciones, entre bromas y desafueros verbales.
CARACAS.— Nunca marcharon tan bajas las nubes en esta ciudad. Tras el «invierno» —la época de lluvias en el firme americano— las nubes parecían secas. Infértiles. Carentes de varón. De ese que las preñara para hacer volver el verdor.
Un viejo refrán dice que si no eres parte de la solución, entonces eres parte del problema. En el empeño de hallar salida a disímiles inquietudes que plantean los electores, dar con el punto medio es muchas veces un dolor de cabeza para algunos delegados de circunscripción, quienes en ocasiones llegan a sentir que su gestión se evapora ante insensibilidades administrativas…
Mi hijo me pelea. Resulta que ahora él es el padre y yo el niño. Me increpa por «el qué dirá la gente» cuando, teniendo otros zapatos, siempre quiero ponerme los mismos. Están viejos como viejo comienzo a ser. Estropeados como empiezan a estar mis pies de tanto caminar este mundo, siempre mi respuesta, ante su requerimiento, es la de «¡Pero es que son tan cómodos!».
Si algo distingue la filosofía de vida entre quienes pueblan estas orientales tierras, es el respeto. Por el prójimo, por la naturaleza, por la diversidad, por lo ajeno... por todo.