Hay vivencias médicas que dejan huellas profundas. Son episodios que, sin duda, podrían componer las mejores páginas de un libro.
Dentro de estas experiencias, he recordado una memorable: la vivida por un grupo de médicos cubanos que arribó el 16 de abril del año 2003 al municipio Libertador, de la capital venezolana, hace ya diez años.
A los 53 galenos les recibió un mundo desconocido y colmado de retos. Fueron ellos la proa vencedora de un sueño: «Barrio adentro». Con esta frase se conceptualiza algo que se origina desde lo más recóndito, un lugar donde habitan los más necesitados, sin servicios médicos.
Antes de la llegada de aquellos profesionales solidarios, la salud era inaccesible para cerca de la mitad de los venezolanos. Por eso la solución real al problema no tenía otra salida: germinar desde adentro.
Cuentan que para muchos hidalgos, como llamó Martí a los venezolanos herederos de los libertadores de América, la llegada de los cubanos debió haber generado una mezcla de expectativa y, a la vez, de incredulidad. Ellos, que habían sido vejados durante casi medio siglo por pretéritos Gobiernos de «adecos» y «copeyanos», no podían dar crédito a que las promesas de Chávez se materializaran tan rápidamente.
Así lo relató uno de aquellos primeros médicos: «Cuando llegamos a los barrios, la gente no nos creía, porque (nos decían que) tantos Gobiernos pasando y tantos Gobiernos prometiendo, y todo el mundo llegaba y les prometía algo y después seguía lo mismo».
Pudo ser esta la causa de que algunos de los espacios consignados no estaban listos a la llegada de nuestros galenos. Sin embargo, las comunidades se organizaron el mismo día para acogerlos en sus hogares.
Sé que rápidamente el entorno se transformó con la presencia de las batas blancas. Desde la mañana y hasta bien entrada la tarde, se ofrecían consultas en camillas y locales improvisados a todos los que aparecían con una dolencia. Por la tarde los cubanos recorrían, acompañados de miembros de la comunidad, los cerros para censar a los enfermos, el estado de la vacunación, la nutrición, los principales problemas sociales como el analfabetismo, y de paso, se veían las nuevas zonas para acoger a más profesionales que estaban por llegar.
Una caraqueña confesó emocionada a una doctora nuestra: «¡Cómo se revierten las cosas aquí en este país! Anteriormente los que tenían el médico de cabecera eran los ricos. ¡Los ricos, doctora! Y ahora nosotros tenemos nuestros médicos de cabecera con propiedad, y médicos de calidad, que no están por el billete, por el materialismo, no. Aquí tenemos los médicos que lo hacen por vocación, que son el día a día con nosotros, que sienten, que viven la pobreza con nosotros. Entonces eso para nosotros es lo más valioso».
Todos aquellos que se consagraron en este gran empeño y que pudiéramos ver ahora modestamente en un consultorio, policlínico, hospital o cumpliendo la misma u otra misión internacionalista, rememorarán aquel período de sus vidas como muy intenso. Y a la vez, con la dicha de haber contribuido a algo importante que trascendió en aras de concretar el derecho a la salud, acción que sigue su marcha en una Venezuela mucho más humana.
Ante historias que ilustran tan bien lo que puede hacer el Hombre por sus semejantes, evoco un pensamiento martiano. Es una sentida carta escrita por el excepcional cubano a su amigo venezolano Fausto Teodoro de Albrey, y fechada el 27 de julio de 1881.
Un día antes de salir de Caracas, el Apóstol apuntó: «Muy hidalgos corazones he sentido latir en esta tierra; vehementemente pago sus cariños; sus goces, me serán recreo; sus esperanzas, plácemes; sus penas, angustia; cuando se tienen los ojos fijos en lo alto, ni zarzas ni guijarros distraen al viajador en su camino: los ideales enérgicos y las consagraciones fervientes no se merman en un ánimo sincero por las contrariedades de la vida. De América soy hijo: a ella me debo. Y de la América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, ésta es la cuna; ni hay para labios dulces, copa amarga; ni el áspid muerde en pechos varoniles; ni de su cuna reniegan hijos fieles. Déme Venezuela en qué servirla, ella tiene en mí un hijo».
Todas, son sobradas fuentes perdurables que brotan desde bien adentro, allí donde nada efímero o egoísta puede llegar, sino lo más puro de la única raza qué existe: la humana.
Fuentes:
Barrio Adentro: Derecho a la salud e inclusión social en Venezuela. Organización Panamericana de la Salud, 2006.
Obras completas de José Martí. Volumen 7. p. 268.