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Entre ser libres o locos

El Jockey, filme dirigido por Luis Ortega, y ganadora de cuatro premios Coral en el recién finalizado 45to. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, ofrece rutas diversas de pensamiento en función de la libertad y los valores identitarios que define

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

¿Somos libres en todo momento? ¿Somos dueños de nuestras decisiones todo el tiempo? ¿Cuánto de lo que somos se lo debemos a otra persona y, por ello, no debemos defraudarla? Cuando amamos, ¿podemos defender ese sentimiento a toda hora? La mejor fórmula para ser alguien es dejando de ser lo que somos, ¿o no?

Remo Manfredini tal vez no tenía las respuestas para todas las preguntas. Quizá, como le sugirió su esposa embarazada, «lo mejor es morir y nacer de nuevo». Él, un afamado jockey, está a punto de echar por tierra su carrera por sus constantes depresiones, y Sirena, el hombre que apuesta sumas enormes de dinero a su desempeño, ordena su muerte ante la carrera perdida. Remo sufrió un accidente y solo después de despertar se autodescubre, se libera y encuentra un mejor camino, incluso en prisión. Siendo Dolores o Lola, sus ataduras son otras, o ninguna, y al morir, su hija ya nacida lo reivindica.

Y no son las líneas anteriores la sinopsis formal de la película El Jockey, dirigida por Luis Ortega, y que en el recientemente finalizado 45to. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano conquistó los premios Coral de dirección, mejor actuación femenina y masculina y el de dirección de arte. Además de ser la candidata de Argentina a los Premios Goya y al Oscar en la categoría de Mejor película extranjera.

Cualquiera puede escribir su propia sinopsis porque, en definitiva, siempre un filme propone varias líneas temáticas, y en este caso singular son numerosas las metáforas y profundos los símbolos. Lo que sí no admite discusión es la polémica que puede generarse entre ser libres o locos, si de cumplir un sueño sin dejar de ser coherentes con nosotros mismos se trata.

Lo que se presenta como una película sobre carreras de caballos y la vida de los jinetes, las ganancias y las deudas, es más que eso: una reflexión constante sobre la muerte, el amor y la necesidad de tener otra oportunidad en otra vida. Una propuesta analítica de nuestro lugar en el mundo, dominado por otros en algunos casos, o incomprendido por nosotros mismos.

La película desconcierta a ratos. No entendemos del todo por qué el tipo rudo, Sirena, lleva siempre un bebé cargado. No sabemos cómo Dolores nace o si es rencarnación. No acabamos de comprender por qué las escenas de los bailes duran tanto, si en busca de una carga dramática extra o si es en busca de un deseo que, se supone, los espectadores sientan en silencio desde sus butacas. El Jockey es una provocación total.

Es esta una coproducción entre Argentina, México, España y Dinamarca. Nahuel Pérez Biscayart, el mencionado Remo-Dolores, se reveló como un actor de altos quilates. Ya su trayectoria ha alcanzado renombre internacional y, sin dudas, la manera en que asumió este personaje y sus historias ha sido peculiar.

¿Creemos en la fantasía? La película también propicia que nos hagamos esa pregunta. Es que, irremediablemente, es una cinta compleja, surrealista y provista de un realismo mágico que nos sumerge en atmósferas diversas de manera intermitente.

Ciertamente —y es mi opinión—, no es El Jockey para todos los públicos, y mucho menos para aquellos prejuiciosos. Más importante aún es que la película no es una comedia a partir de las risas de sus personajes, pues de hecho nunca sonríen. Sin embargo, cualquiera puede reírse o esbozar una sonrisa al menos por las situaciones cuasi absurdas que se generan y las conductas «inesperadas» de sus personajes. La lógica no abruma, al contrario, escasea. Sin embargo, se entreteje todo y le encontramos sentido.

Con las actuaciones de la española Úrsula Corberó, el mexicano Daniel Giménez Cacho y la chilena Mariana Di Girolamo, entre otros, El Jockey —clasificada como thriller dramático— nos muestra también a un Luis Ortega coguionista de la cinta que, en calidad de director, supo coquetear muy bien con lo inverosímil y lo creíble, y no emito criterios como especialista en crítica cinematográfica.

Recordemos que la película anterior (El Ángel, 2018), está inspirado en la vida de un asesino argentino que con 20 años fue condenado a cadena perpetua. Por cierto, también esta cinta fue elegida para representar a Argentina en los premios Oscar en la edición 91.

Acepte entonces la invitación a ver esta película y piense luego sobre lo que va dejando, sutilmente, en su mente. No sea que después, de manera inconsciente, también usted «descubra» en medio de la sorpresa, que siempre ha sido algo más, incluso diferente a lo que supuestamente es.

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