Formo parte de una generación que irrumpió en la vida política de nuestro país a fines de la década del 40 y comienzos de la del 50 del pasado siglo, y poseemos, por tanto, con una cierta experiencia de haber participado intensamente, junto a Fidel, en las luchas de nuestro pueblo en la segunda mitad del siglo XX y en los albores del XXI. Haber vivido de cerca tal cantidad de acontecimientos y cruciales sucesos nos otorga la voluntad y el deber de transmitir a quienes van asumiendo ya las responsabilidades crecientes en todos los ámbitos de la vida de nuestro país y seguirán desarrollándose hasta bien entrada la actual centuria, ese caudal de conocimientos y vivencias que favorezcan a la solución exitosa de los muchos problemas que seguramente deberán enfrentar.
He venido insistiendo en la necesidad de un amplio diálogo de generaciones, concebido no como una serie de actos formales — aunque siempre habrá que propiciar algunos encuentros— sino más bien como un fluido y constante proceso de activos intercambios en todos los terrenos, en medio de esta etapa crucial de madurez e intenso trabajo, a partir del VI Congreso y de la Primera Conferencia Nacional del Partido.
La historia de nuestro país y de nuestra Revolución —nacida el 10 de octubre de 1868— recoge desde aquella fecha ese imprescindible relevo generacional impuesto por ley de la vida y que, en el caso de Cuba, revistió la posibilidad de proyectar continuamente a una pléyade de nuevas figuras y personalidades destacadas, prestigiosas y reconocidas por el pueblo como representativas de las nuevas generaciones que, en su momento, fueron llamadas a encabezar nuestras luchas como herederas de lo mejor entre sus antecesores. José Martí y Julio Antonio Mella pueden simbolizarlos, como antecedentes inmediatos de Fidel Castro y de la Generación del Centenario.
Al referirse en una ocasión al querido Camilo Cienfuegos, el siempre acertado y profundo Che Guevara lo calificó como «la imagen del pueblo en su renuevo continuo e inmortal». Porque, efectivamente, el pueblo como gran portero de la historia y de las revoluciones, va colocando en el camino a los hombres y mujeres capaces de encabezar cada etapa y poniéndolos a prueba; unos, ascienden a la gloria y otros bajan a la infamia.
A la Generación del Centenario correspondió proseguir, en las nuevas condiciones históricas creadas por el golpe militar batistiano del 10 de marzo de 1952, la lucha por los objetivos históricos del pueblo cubano que desde el 68, el 95 y el 33 habían quedado pendientes y frustrados: libertad política, independencia económica, justicia social y lucha contra la corrupción.
En el caso de Cuba, el cumplimiento del Programa del Moncada fue clave para poder iniciar el camino al socialismo. Es una reflexión que considero válida en las circunstancias actuales para cualquier proceso de cambio que, de una manera u otra, se lleve a cabo en América Latina y el Caribe. La autodefensa de Fidel en La Historia me absolverá, contentiva del Programa del Moncada, permite estudiar la dialéctica de cómo las ideas cubanas se orientaron hacia el socialismo a partir de los orígenes de la nueva etapa revolucionaria que entonces se iniciaba, en medio de una práctica política audaz y una sabia enseñanza.
Digamos que el período que medió entre el anuncio público del Programa del Moncada y la proclamación del carácter socialista de la Revolución mostró una riqueza de ideas expresiva de la más alta cultura política de la nación cubana, capaz de relacionarse con el pensamiento más avanzado del siglo XIX y XX, sin establecer antagonismo alguno entre la tradición cubana y la socialista, que tuvieron su cúspide en Marx, Engels y Lenin.
Tras el triunfo revolucionario del 1ro. de Enero de 1959, se contaron por millones los jóvenes y las jóvenes que se incorporaron de inmediato a las nuevas tareas y a las numerosas oportunidades que la Revolución abrió para ellos, sin distinción de raza ni de clases sociales, en cumplimiento de su divisa inalterable «de los humildes, por los humildes y para los humildes».
La campaña de alfabetización, la fundación de las Milicias, la creación del Plan de Becas, la reforma integral de la enseñanza, la reforma universitaria, las nacionalizaciones, la reforma agraria fueron algunas de las múltiples iniciativas revolucionarias que rápidamente contaron con la presencia masiva, entusiasta y consciente de las que eran entonces nuevas generaciones. Muchos de ellos llegaron a tener y otros aún tienen importantes responsabilidades en nuestro país, mientras nuevos contingentes han ido incorporándose a lo largo de estos más de 50 años y se destacan en la actualidad.
No ha dejado de producirse desde fecha tan lejana el «renuevo continuo e inmortal» de que hablara el Che, y ello se hace evidente cuando contemplamos la composición de nuestras instituciones y organizaciones, de nuestras entidades productivas en la ciudad y el campo, de la banca y las finanzas, de los centros científicos y los claustros universitarios. El promedio de edad de los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular —máximo órgano del poder estatal— que acabamos de elegir es de 48 años; y el de las asamblea provinciales es de 45 años.
Tras haber resistido heroicamente y haber derrotado todo tipo de agresiones por parte del enemigo imperialista, incluida la amenaza nuclear, la Revolución Cubana entra en una decisiva fase de mayor consolidación, autoridad y prestigio, como se ha demostrado con la elección unánime de Cuba a la presidencia protémpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y las sucesivas votaciones contra el bloqueo yanqui en la Asamblea General de Naciones Unidas.
Para los representativos de las nuevas generaciones que ya ostentan importantes responsabilidades o se aproximan a ellas, para toda nuestra juventud y nuestro pueblo son las palabras de Raúl en el IX Congreso de la UJC: «La batalla económica constituye hoy, más que nunca, la tarea principal y el centro de trabajo ideológico de los cuadros, porque de ella depende la sostenibilidad y preservación de nuestro sistema social».
La Generación del Centenario —según mi apreciación— puede estar segura de que su herencia rebelde no la defraudará. Al menos, ese es el criterio que he podido formarme tras más de medio siglo de cercana relación con los jóvenes de diversos sectores y desde las diferentes responsabilidades que me ha tocado asumir.
No olvidemos nunca la oportuna advertencia de Fidel:«Si los jóvenes fallan, todo falla».
Regresar al artículo principal A pensar y hablar sin hipocresía