Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ángel en la arena

Autor:

Melissa Cordero Novo

El pan nunca fue suficiente en la mesa; a menudo tuvieron que dormirse con el estómago vacío y poco sueño. El barrio no era tranquilo, como no podía serlo un sitio cuya corona era la pobreza y donde los hombres no tenían garantías para sus hijos, mientras que las sobras del banquete oficial de Batista se pudrían en algún basurero.

La casa de Ángel de Jesús Villafuerte Vázquez era un infortunio y eso lo sintió sobre sus hombros desde niño. Apenas tuvo un poco más de fuerza, hubo de escapar junto a los raíles para traer dinero a su familia. Fue maquinista de trenes, y luego utilero en cafeterías y tiendas. Después marchó a la clandestinidad.

Distribuyó proclamas del Movimiento 26 de Julio, hizo estallar petardos y repartió bonos, los cuales trasladaba ocultos en el tubo de su bicicleta. Conspiró contra el régimen, constantemente, y militó en el Directorio Revolucionario 13 de Marzo hasta el mismo triunfo de 1959.

Unos bandidos, tiempo después, cosecharon el miedo en las montañas y regaron los campos con sangre de alfabetizadores. Ángel fue pionero en frenar las furias enemigas. Como integrante de las milicias partió en el primer batallón para El Condado, en el Escambray.

En el mismo año, 1961, el de la Educación en Cuba, partió Villafuerte hacia el central Australia como miembro del Batallón 339 de Cienfuegos. La Ciénaga de Zapata, en aquel abril marcado por la invasión mercenaria, fue para él un escenario compactado de retos y de miedos, que a la edad de 22 años debieron sobredimensionarse otro tanto.

Los proyectiles, como gotas de lluvia, podían alcanzar a cualquiera sobre el terreno e hicieron diana en Jesús obligándolo a tumbarse sobre su cuerpo. Él fue uno de los 14 miembros del Batallón 339 que perdieron la vida en tierra matancera.

Las carnes quemadas bajo el sol debieron ser insoportables a la vista. Ángel murió combatiendo al lado de su padre; habían llegado juntos a Girón días antes. Cuando lo vio tumbado en el suelo, mordido por los nervios, solo atinó a decirle a su hijo:

«No te dejes agarrar por esa gente. ¡Pelea hasta el final!»

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