Cuando un medio periodístico se deja llevar por la emoción de sus deseos y comienza a publicar solo noticias que le sean afines a sus objetivos ideológicos, más temprano que tarde pierde totalmente su credibilidad. El periodismo directamente relacionado con un objetivo político, deja por el camino su imparcialidad y se convierte de lleno en un medio de propaganda a favor de la causa que defiende. Hay dos periódicos, uno a cada lado del Atlántico, que hace muchos años no son más que dos organizaciones de propaganda en contra de los movimientos populares de América Latina, en especial en contra de los procesos revolucionarios que se han llevado a cabo tanto en Cuba como en Venezuela. El Nuevo Herald, de Miami, y El País, de España, llevan una continua campaña de difamación contra ambos países.
Como jóvenes de estos tiempos que corren, difíciles, inquietantes, llenos de desafíos, o mejor, cubiertos de esperanzas, traer a Martí al presente ha de ser un imperativo, por ser su obra y su vida fuente de conocimiento y cultura, por su legado ético, antiimperialista y humanista y, especialmente, por esa nítida fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud que guiaba su actuar y lo hacía sentirse convencido de los tiempos futuros.
Las huellas de sus pies, marcadas en cal, desaparecen, silenciosas, en las tardes. Un niño camina por senderos extraños. Los dedos se le hunden. El talón no se distingue entre tanto blanco, y las uñas ya no son del color de la carne. El uniforme, que unas mañanas le queda corto y otras, largo en exceso, está húmedo, de sudor, de lágrimas, de sangre. Solo cuando anochece, aparecen, diseminadas en el espacio, diminutas figuras de sal.
Soy egoísta o acaso presuntuoso cuando pretendo tener un Martí propio, según mis lecturas, mis experiencias, mis deseos? Tal vez algún lector estime que no pueden coexistir tantas apropiaciones diferentes en una sola persona verdadera, carne y sangre en la historia. Pero si para Lezama, como suele repetirse, Martí era un misterio, y para otros un soñador, un fundador, un apóstol o un estilo inimitable e insuperable, tendré cierto derecho a crear y creer en mi Martí.
Uno, dos, tres. Faltan pocos kilómetros. Ya llegará. ¿Quién la esperará en la soledad de aquel lóbrego puente? No sé. La luna deja entrever una autopista que se torna afortunadamente interminable; y yo, con Estrella, queriendo que no se baje nunca, que no se vaya de mi lado.
Aunque por el título usted crea que hablaré de la gustada película de animados que recrea esa era prehistórica, mis palabras van por estos días. Van por ese empecinamiento propio de combatir cuanto enfría las relaciones interpersonales directas, en esta época abarrotada de adelantos y atrasos. Una época en la que el hombre inventa los robots para luego inclinarse ante ellos.
EL Gobierno de los Estados Unidos no pierde ni la más mínima ocasión para acusar al resto del mundo por su falta de democracia y violaciones de los derechos humanos. Tal parece que se han subido al Monte de los Olivos para desde allí ser los únicos poseedores de la verdad y de la justicia. Pueden acusar al país que mejor les venga en gana de ser un violador de los derechos humanos, pueden certificar qué país es o no patrocinador del terrorismo, cuál es narcotraficante o cuál tortura, dónde hay libertad de prensa o no. En fin, que se han erigido en los jueces del mundo. Tanto se han creído el papel de jueces, que consideran que es un mandato divino. Es decir, como si Dios hubiera escogido a los Estados Unidos para imponer orden en este mundo, como si le hubiera quitado las tablas que había dado a Moisés y las hubiera mandado a Washington, para que desde allí se hagan cumplir los mandamientos divinos.
Dicen que su verbo era un taladro. Que sus pulmones estaban hechos de una sustancia incombustible. Que hasta las cañas más mustias se enderezaban para saludarlo. Que los de arriba intentaron reducirlo a sangre aquel 22 de enero, pues los de abajo ya le seguían la palabra, palabra encendida de luchas y guardarrayas.
El Estado ausente. La definición la escuché por vez primera durante una conferencia de un joven y talentoso profesor de la Universidad de La Habana. Y aunque parecería extraña en un país como Cuba, es muy importante mirarla con hondura.
Afirmaba Martí que los hombres iban en dos bandos, los que aman y fundan y los que odian y deshacen, y creo que sería útil saber en cuál están las personas con las que nos relacionamos. Claro está, no debemos hacer tal clasificación en forma mecánica, pues podríamos cometer el error de incluir en el primero a quienes solo se aman a sí mismos o a unos pocos «escogidos», y «construyen» pensando únicamente de qué lado viven mejor ellos y ese círculo estrecho de familiares e íntimos amigos.