Se nos escurrió (casi) otro año. Y nuevamente vimos partir al infinito a algunos de los seres que coloreaban nuestro entorno más íntimo. Y de nuevo nos nacieron, en la interacción diaria, seres de bien que nos trajeron una racha de estrofas protectoras e invisibles.
Mis jefes me han encargado una crónica por este fin de año. «Algo distinto, Juan», me pidieron. Yo he repetido para mí: «Así que algo distinto… Pero, ¿como qué?» Y heme aquí, angustiado ante la computadora, mientras aguardo porque alguna musa samaritana se conduela y me regale un tema.
Desde una página en blanco me miras. Por un momento tengo la certeza de que eres tú, la que estuvo tantas veces en mis brazos. Se te parece tanto… No solo en lo físico. Es un poco más segura que lo que solías ser, es verdad, y a la vez un poco más distante pero, ¿y si fuera un error de percepción el empeño en convencerse a cualquier costo de que no me necesita que creo ver en esa muchacha que resta valor a mis detalles y mis gestos?
Las mejores almas de este mundo siempre han deseado cambiar las armas —que significan muerte y destrucción— por utensilios de trabajo que produzcan alimentos, bienes necesarios para una vida de bienestar.
¿El clima interno de su centro de trabajo es similar al de «un cuartel», «una selva», «un club de amigos» o «una familia»?
Recuerdo la angustia en la cara de un gran amigo cuando se percató de haber olvidado en su casa el libro que entonces estaba leyendo. Con rapidez me pidió «algo de leer» para así pasar mejor otro ciclo de quimioterapia (sueros citostáticos) destinado al tratamiento del cáncer. Vencer esa enfermedad posiblemente haya sido una de las mayores batallas de su vida.
Muy recientes tengo los recuerdos de la Universidad. La vida me regaló el privilegio de subir un día la Escalinata, sentarme a un lado del Alma Máter, respirar en sus enormes bibliotecas el olor a libro viejo, hojeado por generaciones; de tener frente al aula al maestro de muchos o al joven que recién empieza a descifrar el arte de enseñar.
Desde hace más de un mes, el Presidente de los Estados Unidos le está enviando un mensaje a los republicanos diciéndoles que tiene la pluma en sus manos, lista para firmar la prórroga de la rebaja de impuestos para los ciudadanos que ganan menos de 250 000 dólares en el año, pero que no está dispuesto a firmar para los que tienen ingresos que sobrepasan esa enorme cantidad de dinero. Se calcula que los que ganan anualmente más de ese monto no llegan ni al dos por ciento de la población. El resto, o sea el 98 por ciento, está por debajo. Por lo tanto, el Presidente quiere mantener la rebaja de impuestos para la clase media y para los más necesitados, pero se niega, por lo menos hasta el momento en que escribo este comentario, a hacer lo mismo con los millonarios.
A veces temo que el fantasma del economicismo se cuele en el proceso de cambios que vive Cuba para más y mejor socialismo. Me espanta que algunos vean el camino expedito y fácil, moviendo las cifras de la macroeconomía sin sopesar la contingencia humana de todo, y pensando que los mecanismos y las medidas que se implementan por sí solos y automáticamente van a conseguir el fin deseado.
La confrontación generacional es temática recurrente en la historia literaria. Las comedias mostraron el estereotipo del padre intolerante, opuesto a los amores de sus hijos, quienes cuentan con la ayuda cómplice de un criado pícaro y desenvuelto hacia el cual se manifiesta la simpatía evidente de los autores.