Los hombres y mujeres que laboran en la central termoeléctrica Máximo Gómez, de Mariel, constituyen un bloque de potencia incalculable. Autor: Otoniel Márquez Publicado: 05/11/2024 | 09:53 pm
Cuando se desconectó el Sistema Eléctrico Nacional y se paralizaron los tres bloques de generación térmica de la central termoeléctrica Máximo Gómez, de Mariel, arrancó de manera casi instantánea esa «cuarta máquina» sin la cual no fuera posible echar a andar las otras tres.
Los hombres y mujeres que allí laboran constituyen un bloque de potencia incalculable. Ellos protagonizaron jornadas de intenso trabajo y mucha tensión, y aunque allí la cotidianidad suele ser compleja, en los momentos más difíciles es cuando suele crecerse este colectivo que ha pasado en los últimos años por duras pruebas.
La Máximo Gómez es un importante enclave de la generación en el occidente del país. Nuestra visita —hace unos días— aconteció, por fortuna, en un momento óptimo, pues las tres unidades generaban 195 megawatts, aun con limitaciones, según explicó Aníbal Miguel Hernández Arregui, director técnico de la central.
Pese al ensuciamiento en calderas de las unidades 5 y 8 y una avería en la bomba de agua de mar en la 6, los tres bloques se mantenían generando, gracias a la experticia de los trabajadores que sortean a diario los inconvenientes que van surgiendo, siempre tratando de garantizar la estabilidad y eficiencia.
Hernández Arregui agradece al personal de la patana turca aledaña a la central, pues fue desde allí que lograron levantar el primer bloque de la central para arrancar luego los otros. «Son muy laboriosos y estuvieron trabajando junto a nosotros con igual responsabilidad».
Asimismo, Richard David Ramos Pacheco, secretario del comité UJC de la planta, resaltó el quehacer de todo el colectivo y la entrega de los más jóvenes, entre quienes priman las ansias de superación constante y la voluntad de seguir los pasos de quienes durante décadas han aportado a la generación térmica del país en difíciles condiciones.
El joven de 23 años que se desempeña como técnico en Ahorro y Uso Racional de la Energía, asegura que cien jóvenes, entre militantes y no militantes, también hacen allí el milagro de la luz, y destacan por sus aportes innovadores dentro de las Brigadas Técnicas Juveniles y la Red de Jóvenes del Ministerio de Energía y Minas.
Cuando ve el humo distinto
En estas páginas es imposible contar las 720 historias de los trabajadores que cada día aportan allí un granito de arena a la generación del país. Tras cada nombre en estas entrevistas hay cientos igual de importantes, y eso lo aclararon todos, porque en los momentos duros es tan valioso el que está metido dentro de la caldera, como quien desde fuera garantiza el agua, el café o la limpieza de los locales.
Iván Parra Salazar, de 50 años de edad, lleva aquí unos 27. Comenzó en la termo muy joven, y entre cursos y cambios de posiciones ha pasado por muchas responsabilidades. El actual jefe del taller de producción asegura que esta ha sido casa y escuela a la vez. «Aquí no paramos de estudiar, pues cada bloque tiene una tecnología diferente, y siempre hay que estar leyendo mucho, indagando, para hacerle frente a las averías y corregir a tiempo cualquier desperfecto que pueda generar luego males mayores».
Parra Salazar incluso logró terminar hace muy poco la carrera de Ingeniería Industrial en el curso para trabajadores, un esfuerzo extra para el que contó con el apoyo de sus compañeros de trabajo y de la familia linda que asegura tener. «Vivimos muy cerca de la termoeléctrica y ya mi mujer cuando ve el humo distinto me llama a ver qué pasa. Se han familiarizado mucho con mi trabajo, me respetan y apoyan».
De hecho, un análisis simple de su rutina de trabajo permite determinar que aquí es donde pasa la mayor cantidad de su tiempo, pues asegura llegar siempre sobre las 6:30 de la mañana para ponerse al día y coordinar las tareas de los técnicos para evitar paradas. Su taller, cuando un bloque está en línea debe garantizar la eficiencia, de ahí las inspecciones a los controladores de plantas, el chequeo constante y también el apoyo a los operadores, pues cada acción es fundamental y el trabajo de unos está muy ligado al de los otros.
«Tras la desconexión del Sistema Eléctrico Nacional nuestros trabajadores estuvieron aquí 24, 48 y hasta 72 horas seguidas, haciendo lo necesario para arrancar la planta que por suerte no sufrió ninguna avería y estuvo apta para iniciar operaciones, en parte gracias a las labores de quienes, tras la parada, laboraron para mantener los parámetros de la planta».
Ante la pregunta de cuál ha sido el momento más tenso de su vida laboral, asegura sin titubeos que lo ocurrido el 8 de marzo de 2022, cuando pasadas las 8:30 de la noche ocurrió un incendio en el bloque 7 que provocó su destrucción total y afectó también al 6. «Fue horrible. Por fortuna no hubo pérdidas humanas, pero todo quedó destruido», me dice con el dolor reflejado en los ojos.
Crecerse y mantenerse allí
A Ernesto Jubier Blanco también lo marcó sobremanera el trágico suceso. Desde el año 1979, cuando contaba apenas 16 años, labora en la planta y ha pasado por disímiles puestos, desde operador auxiliar hasta ingeniero de turno, responsabilidad que ocupa actualmente.
Desde la sala de control del bloque 5, atento siempre a cada parámetro, asegura sentir pasión por cada una de las labores que ha desempeñado, que pasan incluso por la capacitación a muchos de los que hoy son compañeros de trabajo suyo. De formación empírica, Jubier Blanco compara el momento de arranque de una máquina con el de dar a luz a un hijo. «Uno siente que está dando vida».
Asimismo, agradece a su mujer, a sus dos hijos y al resto de la familia que le dan el impulso necesario para permanecer en esta trinchera, aun cuando a veces, al llegar a casa, extenuado luego de una larga jornada en la que incluso arrancaron algún bloque, todo el barrio está a oscuras porque la generación aún es escasa y no cubre las demandas.
Muy cerca, tras las pantallas de control del bloque 8, Pedro Luis Roque Méndez, de 59 años, mantiene la vista fija en los parámetros, con el teléfono justo al lado para comunicar sobre cualquier decisión a adoptar con la mayor premura posible. Desde los 17 años trabaja aquí y como muchos ha pasado por disímiles responsabilidades hasta operador de control de unidad.
Pareciera una tarea simple porque implica estar sentado frente a las pantallas vigilando parámetros, pero según él mismo explica agota casi tanto como estar en una caldera o en cualquier otra área haciendo reparaciones. «Es una tarea de suma responsabilidad, porque cada uno de esos parámetros indica algo y cada variación requiere de operaciones a veces complejas para mantener la generación», explica.
Aunque en una ocasión los problemas familiares y de salud lo alejaron del centro, volvió porque también aquí encuentra una manera de ser útil, aportar e incluso formar a las nuevas generaciones. «Me place cuando algún joven de aquí se acerca a preguntar dudas, es una manera también de refrescar los conocimientos que uno tiene y de contribuir a la formación del relevo».
Para él también lo ocurrido en el bloque 7 fue una huella: «No estaba trabajando en ese momento, pero recuerdo que en cuanto me enteré vine para apoyar a los bomberos en la extinción del incendio, pues anteriormente había pasado un curso y recibido los conocimientos necesarios para hacer frente a situaciones de este tipo», asegura.
Lejos del ruido de las máquinas, del vapor de las calderas o de la frialdad tensa de las salas de control, son artemiseños comunes, que disfrutan pasar tiempo con la familia o compartir en el barrio. Más allá de la incómoda desconexión de más de 72 horas, debe quedar en el recuerdo nuestro y en la memoria colectiva, la imagen de esos rostros que, aun cansados, supieron crecerse y mantenerse allí, donde cada acción contaba para devolver la ansiada luz.