Cuando yo era un muchachito de ocho o nueve años, por lo menos un día sí y el otro no tenía una pelea con otro muchachito de la misma edad. No era que me gustara pelear, pero la costumbre en aquella época era que los varoncitos se pelearan entre sí, solamente para demostrar que no tenían miedo. Incluso, la mayor parte de esas bronquitas eran entre amigos o conocidos.
Septiembre es el mes del eterno recomienzo. En un país tropical carente de estaciones bien definidas, se convierte en la imagen de nuestra primavera. La apertura de las aulas sustituye el despertar de la Naturaleza. Con uniformes recién planchados, las bandadas de niños se desparraman por el barrio. Cuando llegue la secundaria, estrenarán otro vestuario y lo mismo sucederá al producirse el paso al tecnológico o al pre.
Por estos días de estrenos escolares, entre nostalgias de cuadernos olorosos y lápices, me observo en una foto ya sepia y medio arrugada, con una inevitable mueca, entre mis condiscípulos del primer grado en la escuela Luz y Caballero del poblado de Jovellanos. Entonces, aquel chinito, el gordo de siempre, la niña de los inmensos ojos verdes, éramos hojas por garabatear, teoremas por resolver, palabras por confirmar. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Serán personas de bien? ¿Quién habrá desaprobado esa gran asignatura que es la vida? ¿Cuál se habrá extraviado en el camino hacia la cátedra del saber y la virtud?
No existían apellidos italianos de por medio, nada de Montescos ni Capuletos. No fue una novela ambientada en la bella Verona, ni las escenas correspondían a la archiconocida historia de Shakespeare. Quizá el final no concernió a fatalidades compartidas, pero no fue menos intenso y dramático que el relato de amor del teatro isabelino.
CARACAS, Venezuela.— Los episodios vinculados al apagón del último martes continúan probando que casi todos los asuntos de Venezuela terminan —o mejor dicho, comienzan— con el tema político.
Se ha dicho muchas veces, Estados Unidos no puede vivir sin las guerras, y lo ha repetido un artículo del periódico Times of India, al afirmar que es «un misterio» que un Presidente llegado a su cargo con la fuerza de sus credenciales antibelicistas, especialmente en la guerra contra Iraq, «está ahora corriendo con los sabuesos de la guerra» y promete un golpe corto punitivo. El periodista Chidanand Rajghatta recuerda que hasta 1947 el Departamento de Defensa se llamaba Departamento de Guerra, y que desde su nacimiento como nación hace 234 años, EE.UU. ha participado en unas 70 guerras y al menos diez de ellas han sido conflictos mayores. Cita al cáustico comediante estadounidense George Carlin, quien dijo durante la primera Guerra del Golfo: «¡Nos gusta la guerra… somos buenos en eso! No somos buenos en nada más… no podemos fabricar un carro decente o un televisor, no podemos dar una buena educación a nuestros muchachos, ni cuidados de salud a nuestros viejos, pero podemos bombardear la mierda en cualquier país…».
Como uno de esos campesinos que con la mano sobre la frente interroga el horizonte y sabe, de un golpe de vista, si va a llover, reaparece este maestro, que además fue periodista, para decirnos las urgencias de la prensa cubana.
No queremos que nos mientan para entrar de nuevo en la guerra… Una llamada a tu congresista hoy puede detener la desastrosa guerra de mañana. Esta es la convocatoria que hace el portal web antiwar.com, porque el discurso de Barack Obama del sábado —aunque se atribuyó la potestad de iniciar la guerra contra Siria, porque para eso es el jefe militar máximo de su país y pretendido del mundo—, dejó la pelota en el campo del Congreso. Hay quienes dicen que eso fue una marcha atrás del mandatario ante una realidad: ni siquiera entre los más destacados socios o cómplices en las aventuras guerreras de Washington están dispuestos ahora a entrar en un escenario bélico, cuando son demasiados los problemas socio-económicos que tienen en sus propios patios.
Desde hace mucho tiempo, a los jugadores del club español de fútbol Real Madrid les llaman «galácticos», como un símil comparativo con el brillo de las estrellas sobre una cancha de juego. Pero realmente así se debería tildar a sus directivos, encabezados por el presidente Florentino Pérez, quienes parecen habitar en la mismísima Galaxia, alejados de los serios problemas que aquejan a ese país europeo.
Número mágico el tres. Tres eran los Chiflados, tres los Mosqueteros, tres los tristes tigres, tres los de la Santísima Trinidad, 33 —se acepta— era la edad de Cristo al morir, tres el instrumento musical, tres los integrantes de Los Panchos, tres los del Eje de la Segunda Guerra Mundial, tres los de Yalta, tres los que se reunieron en las Azores para destruir a Iraq y ahora tres los que están desesperados por bombardear a Siria. Hay que tararear: «Tres eran tres, los tres Villalobos, tres eran tres y ninguno era bobo». Para bien y para mal el tres se repite constantemente y en múltiples ocasiones, hechos y cosas.