Cada vez resulta más difícil confiar. Pregúntenle a Ben Johnson, Lance Armstrong, Verónica Campbell Brown, Marion Jones y compañía (mejor no sigo nombrando; creo que no alcanza el espacio).
Mi crónica azul ayer se me perdió. Hace algún tiempo su gracia no viene a mis cuartillas, parece no gustar de las carnadas que le pongo junto a la máquina de escribir —mi computadora de la tercera edad no es sino una buena máquina de escribir— y se va a cenar, y a ser cenada, en los predios de otros colegas.
Así como los integrantes de un hogar necesitan conversar sobre sus felicidades, angustias y estrategias, arrimados a la mesa principal de la casa, los hijos de esta Isla nuestra necesitamos sumergirnos en una atmósfera de comunicación, en un aire expresivo que contagie, en una voluntad de ventilar, entre todos, los asuntos más apremiantes.
Una de las últimas películas norteamericanas de acción —Ataque a la Casa Blanca (Olympus has fallen)— muestra a un grupo de guerrilleros fuertemente armados que se apoderan de la Casa Blanca y toman de rehén al Presidente de Estados Unidos.
La distancia. Tantas veces se ha mencionado la distancia. Pero hay que vivirla en la piel y en las vísceras para entenderla y para saberla como propulsora de las más terribles añoranzas.
Lo que hace unos días sucedió con el Presidente boliviano, mi admirado Evo Morales, durante el regreso a su país desde Rusia es incalificable. No haberlo dejado sobrevolar el espacio aéreo de ciertos países europeos llama a la indignación.
Por esas casualidades que se dan a veces para que uno ande siempre pensando en lo que lo rodea, haciéndole emboscadas sucesivas a la pereza de las neuronas, hace unos días escuché un informe en el que, bajo una edulcorada reflexión, se enunciaba que «ya hemos ganado mucho en la cultura del debate», que los cubanos «ya hemos aprendido a discutir», y «aunque nos falta todavía, hemos avanzado en un porcentaje alto».
Así le decían sus allegados. Para quienes no tuvieron la oportunidad de conocerla personalmente, el nombre de Haydée Santamaría se asocia a un epíteto: heroína del Moncada. Rara vez exploramos en lo profundo del alma de los héroes y lo que los conduce a arrostrar todos los riesgos y todos los sacrificios. Es el misterio que intenté en vano develar cuando la observaba en los trajines de la Casa de las Américas, seria a veces o mostrando en ocasiones, para distraer a los jurados en los recesos de las lecturas del Concurso Casa, una febril y desbordante alegría.
Los nítidos cielos azules siempre coronan aquel jardín en el tranquilo pueblo con aroma de campos de tabaco. El vergel, el más vistoso de cuantos reinan por esos lares, resulta el mayor reinado de la sesentona Luna. Lo cuidó toda una vida; lo cuidó siempre.
Niños a la casa. ¡Y con buenas notas! Las caras de orgullo exigen con todo el merecimiento del mundo que el premio a inventar debe ser por todo lo alto. Dolores de cabeza. ¡A pedir vacaciones! O regalarle al menos un fin de semana como estímulo a su sacrificio de todo un curso escolar «portándose bien».