Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Segundas oportunidades

Autor:

Susana Gómes Bugallo

Casi nunca existen las segundas oportunidades. Y hay algunos locos que tampoco saben qué hacer con ellas. La vida se vuelve condescendiente, se hace la de la vista gorda, y ellos, los premiados, vuelven a cerrarle la puerta en la cara a la dicha.

A veces creo que no necesito más de lo que tuve. Lo hecho, hecho está. Pero cuánto quisiera —como todos lo hemos querido alguna vez— hacer que el tiempo vuelva atrás.

Ya nunca dejo de abrazar a nadie. Ni me olvido de un beso, de un hasta mañana. Ni de decir te quiero. Antes lo hacía, pero no igual. Corría porque se acababa el tiempo… y terminó marchándose ella. Todos los días del mundo y ni un segundo para poder recostarme en su pecho.

No la pienso con nostalgia: jamás me lo hubiera permitido. Tengo su alegría. Cocino sus comidas preferidas y hasta le cuento cómo fue el día. Miro su foto y la beso, le sonrío, sé que me mira desde su altura. Me cuesta un poco escribir sabiendo que no lo verá pero confío en que allá donde esté igual llegue la prensa. Ella no se lo perderá.

Me parezco a ella. Lo sé. Y cada mañana intento capturar su espíritu, sus ganas, sus fuerzas. Lo perdono todo. La fortaleza consiste en dejar atrás las cargas pesadas y seguir el camino sin rencores innecesarios. Algunos no son dueños de sus defectos, pero tienen la fórmula única de construirse virtudes. Ella siempre lo supo.

Más a la moda que mis padres en la ciencia de dar consejos. Exacta, práctica y sensata. Sin miramientos o censuras. El cielo se cae mañana y la frase de siempre —colocada entre risas—: «¿Qué te parece?». Una de cal y otra de arena. El puñetazo y la caricia. «Debes… pero puedes… si quieres».

Inventora como nadie de disfraces especiales para fiestas familiares. Historiadora de las buenas para rememorar sus verbenas, las maldades a su hermano y cuando «se volaba los bancos del parque en patines». Artista de los dientes postizos para crear sustos a los nietos más crédulos. Cocinera gourmet con exquisitas variedades de pocos ingredientes. La dulcera estelar de la cuadra (para mí: del mundo; aunque yo no cuento por mi dosis de subjetividad).

Más periodista que Kapuscinski, más música que Beethoven, más aventurera que Tom Sawyer, más deportista que Usain Bolt, más humorista que Les Luthiers, más psicóloga que Calviño y más politóloga que cualquier analista internacional. Todo desde su sabiduría popular y su interés de pensar y saber.

Llegando a sus 50 tuvo que decirle adiós al amor de su vida. Y continuó con voluntad de guerrera sin derramar lágrimas ante sus dos pequeñas. A veces hablaba de él con la tranquilidad de quien recibe lo que viene envuelto en el paquete de la vida. «Ese sí era un hombre», decía orgullosa.

Poco dada a las ternuras, según ella. Y en cada pregunta el interés de comprender, de ayudar, de que la supieran presente, de querer, de ser para todos. Nadie como ella para callar ante mis ausencias. Nadie como ella para entender mis prisas, nadie como ella para hacerme ver que no valió la pena.

La vida siguió y ella se fue. ¿Qué hacer ahora con cada minuto que antes ahorré? Extrañarla. Ya jamás olvido un abrazo, un beso. No tendré una segunda oportunidad con Mima, pero ella me la ha regalado para otros.

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