Unión estable entre dos personas libres para formar un núcleo social. Esta es una de las definiciones del matrimonio… esa «unión» que desde niños nos describen como destino a la felicidad, y que una vez pasados los años, hay a quienes se les abalanza en la cotidianidad desprendido de todo vestigio de fantasía.
Casi casi se me escapan, ¡caramba! Si no ando rápido se me van por el estrecho portón de las nostalgias. No digo yo si ahora no voy a salvarlos. De que los cuido, los cuido; los vigilo yo mismo a como dé lugar. Total, a estas alturas, con mis cruces de aquí para allá, ante tantos terrenos aún por desbrozar, qué más da que me tilden por un rato de ridículo y loco.
Hace muchos años, allá por los 60, cada vez que se comentaba sobre la política exterior de los diferentes gobiernos norteamericanos, se decía que esta estaba principalmente dividida entre dos facciones diametralmente diferentes: aquella que apoyaba la guerra y la violencia para enfrentarse a los conflictos mundiales, y aquella otra que decía que lo mejor era utilizar la diplomacia y el diálogo para resolver los diferendos entre naciones.
Hoy me gustaría dedicarle algunos pensamientos a un hombre sencillo: mi padre. No lo hago por cumplir con los dictados de las convenciones sociales, ni por estar a tono con una fecha del calendario.
Pese a todas las «aguas» dadas al dominó nacional, por muchas de las esquinas de nuestro «juego» económico aparece el problema del dinero y los ingresos, convertido en un inquietante círculo vicioso.
Procrear un hijo es el acontecimiento más trascendental en la vida de un hombre. «Bendito quien escucha muchas voces tiernas llamándolo padre», dijo Lydia M. Child, la célebre feminista norteamericana. Se trata de un episodio que entraña devoción. En efecto, concebir no solo es lanzar al mundo un nuevo ser. Es también entregar una semilla. Parirá frutos o espinas así sea la atención que le prodiguen.
Caracas, Venezuela.— Llegó con la voz bronca, afónica, como siempre. Dijo algo muy breve y se lanzó a cantar ante un público que empezó a mirarlo con extrañeza —acaso por el timbre ronco— sin dejar de mover los pies.
He vivido y sentido los intensos debates que desde la brigada acontecieron como parte del VIII Congreso de la FEU. Los siete años que nos separan del anterior congreso y los numerosos retos de la organización joven más antigua de Cuba auguraban una revitalización como la vivida al calor de las discusiones, en las que la FEU procuró adecuarse a los tiempos y a sus jóvenes.
Al filo de la medianoche el enfermo acudió al servicio de urgencia de un hospital de La Habana. No tuvo otra salida después de soportar por varios días un malestar irresistible.
«Julio Robaina es el protagonista del último de los escándalos de estos personajes de la fauna anticubana de Miami. Bueno, el último por ahora». Así fue como terminé el anterior comentario publicado en estas páginas (Los anticubanos de Miami entre escándalos y corrupción, 4 de junio), en el que comentaba sobre un hecho vergonzoso que ha protagonizado el ex alcalde de la ciudad de Hialeah.