El inventario de males que nos aquejan, recién esbozado por el Presidente Raúl Castro ante el Parlamento, sienta un precedente histórico en la forma de visibilizar y conducir los asuntos públicos, y sitúa a la sociedad frente al espejo.
Raúl no hizo más que sintetizar, en una elocuente enumeración de entuertos, lo que muchos ciudadanos perciben y sufren a diario hace ya bastante tiempo, no siempre con los instrumentos para combatirlo. Pero que lo señale el propio Presidente, a la vez que llame a sanar entre todos esas heridas que pueden necrosar el socialismo, ya eso es marca mayor.
Es el segundo aldabonazo, para estremecernos y hacernos pensar en el futuro, luego del preclaro alerta del Comandante en Jefe Fidel Castro, en noviembre de 2005 —no casualmente ante los jóvenes universitarios—, de que la Revolución la podríamos destruir con nuestros errores.
La alocución de Raúl, con pelos y señales, vino a reivindicar a muchos compatriotas valientes, que han entendido la lealtad con cabeza propia y juicio honesto, y que por ir a contracorriente y alertar ante los peligros que se ciernen, han sido tildados de conflictivos y problemáticos durante años, por no pocos extremistas y regidores del pensamiento.
En una sociedad que se transforma más de lo que percibimos —aunque aún no veamos todas las ventajas esperadas—, el Presidente proclama que «el primer paso para superar un problema de manera efectiva es reconocer su existencia en toda la dimensión». Y nos llama a «debatir con toda crudeza la realidad».
Con esta premisa cognoscitiva de visibilización de nuestros males sin sonrojo ni pudibundeces políticas, y el posterior debate público de los mismos, podrían comenzar a quebrarse las tradicionales resistencias a la problematización —herencias de una mentalidad de cerco—, basadas en el precepto de que airear los trapos sucios da armas al enemigo. Más bien, los que más alimento han proporcionado a los detractores de la Revolución son el silencio, los bloqueos y parálisis de pensamiento.
El otro elemento sustancial de la reflexión de Raúl es que no queda en la descripción de los problemas, si no que llama a la sociedad a «hurgar en las causas y condiciones que han propiciado este fenómeno a lo largo de muchos años». Alude, además del reconocimiento y visualización de los males, al segundo principio científico de conducción de una sociedad: dejar arengas, campañas y consignas epidérmicas y buscar la raíz de las deformaciones en problemas estructurales y funcionales dilatados en el tiempo.
Ese mismo espíritu es el que ha presidido la actualización del modelo económico cubano, basada en Lineamientos que son fruto de la consulta popular, pero también de una fundamentación mayor del diagnóstico de las ciencias sociales y económicas. Cada vez más, las políticas deben estar basadas en estudios y conceptualizaciones, para evitar la improvisación y el voluntarismo presentes en muchas decisiones.
Escuchando al Presidente ante el Parlamento, me decía que Cuba no puede desaprovechar la gran oportunidad histórica de enrumbar su socialismo cada vez más con los criterios de la razón y la cientificidad. Y habrá que cuidarse del «oportuno» talante campañista y mimético de quienes asumen todo por reflejos y consignas. Esos que serían capaces hoy, después que el Presidente habló claro, de abanderarse con lo que nunca se atrevieron a decir ni a hacer, y hasta lo combatieron.
A fuer de marxistas, tendremos que seguir haciendo un concienzudo diagnóstico de las deformaciones que vivimos. Y convendremos en que buena parte de ellas tienen que ver con insuficiencias de raíz que, junto a realizaciones y logros, ha arrastrado el modelo socialista cubano; además de las desarticulaciones que nos trajo la sobrevivencia del Período Especial.
Lo cierto es que la gente no es mala, corrupta o indisciplinada per se. Hay que combatir entre todos, instituciones y pueblo, esos fenómenos enajenantes y desmoralizadores, detectando sus causales económico-sociales para desarticularlas con inteligentes antídotos preventivos y saneadores en el diseño económico social.
Mas, está bueno ya de arengas. Para cumplir el mandato histórico, hay que empoderar a la gente y fortalecer espacios y estructuras de participación ciudadana. Solo con el análisis y la acción de todos, sin exclusiones, nos salvaremos de seguir tratando con parches y remedios emergentes a nuestros problemas, en una eterna campaña.