El presidente legítimo tras las rejas. El ex dictador, responsable de la muerte de civiles, de corrupción y de hundir a Egipto en la injusticia social, en su casa, tranquilo, luego que un tribunal de El Cairo lo pusiera en libertad condicional. ¡Los resultados de un golpe de Estado! Una prueba más del retroceso reaccionario que impulsa la cúpula militar. Otra dosis de gasolina para la llama que quema la nación norteafricana.
Casi nunca existen las segundas oportunidades. Y hay algunos locos que tampoco saben qué hacer con ellas. La vida se vuelve condescendiente, se hace la de la vista gorda, y ellos, los premiados, vuelven a cerrarle la puerta en la cara a la dicha.
«Leonardo da Vinci sobresalió desde la niñez en las matemáticas, la música y el dibujo». Con estas palabras detalla José Martí en Músicos, poetas y pintores, en La Edad de Oro, los inicios de la vida del famoso artista distinguido por una educación y un aprendizaje adecuados.
Los Estados Unidos han vendido al mundo que ellos son los campeones de los campeones de las libertades civiles de sus ciudadanos. Según los voceros del Gobierno de este país, ellos pueden dar lecciones a todas y cada una de las naciones acerca de cómo se deben respetar los derechos humanos. Aquí sí que hay democracia de la buena, dicen.
Primera escena real: Apostada con mi hija de seis años en una de las principales arterias de La Habana, hago señas y detengo un automóvil particular, de esos que nos salvan a toda hora en el afán de llegar pronto a cualquier punto de la ciudad. Me percato de que solo están disponibles los asientos delanteros. «Monta, pero tienes que esconder la niña ahí contigo, porque no pueden verla delante…».
Como en Rebelión de la granja, la novela de George Orwell, hay a quienes el contexto de la actualización cubana parece alentarles no solo a trastocar los «siete mandamientos», sino hasta el mismísimo muro sobre el cual se estamparon.
Pacientemente, como quien sabe que las grandes avenidas son siempre antes pequeñas piedras de asfalto, Clemente recortó cartones de colores rojo, azul y amarillo y conformó octógonos impecables, con círculos en su interior, para repartir en la tertulia.
En «otra vida», mi madre debió haber sido entrenada por el mismísimo Toshirô Mifune o el no menos mítico Shintaro Katsu. Es la única manera de explicarme —porque jamás viajó hasta Japón— cómo ella consiguió desarrollar esas habilidades exclusivas de poderosos samuráis como Musashi Miyamoto o Zatoichi, para con una guámpora o un machete lograr un efecto idéntico al de estos supersónicos del movimiento con sus filosas katanas.
Aunque me lo propusiera al menos por un rato para ver qué dicen, para provocar a los más escépticos, no puedo negar que soy hijo de mi padre. Esa añeja broma de que el niño se parece mucho al vecino, al vendedor de aguacates de la esquina o al carnicero, nunca han podido emplearla conmigo.
Era de extrañar que no cumplieran sus amenazas, cuando sus manos, dos años y medio después de las protestas que resultaron en la dimisión de Hosni Mubarak, aún están manchadas de la sangre de quienes fueron entonces perseguidos, torturados y asesinados por querer zafarse de la dictadura.