No a todo el mundo le gusta lisonjear, ni que lo estén lisonjeando, porque muchas veces hasta la sana lisonja hiere el frágil cristal de la verdadera modestia. Y hay una sutil diferencia entre las palabras, casi imperfectamente sinónimas, «lisonja» y «adulación».
Las gallinas tuneras andan últimamente con la autoestima por las nubes. En vez de dedicarse a cacarear y a constituir familia, les ha dado por ser vedettes. Sus congéneres de corral están escandalizadas con las excentricidades de estas paranoicas con ínfulas de recordistas. ¡Qué manera de ir contra la lógica!
Los pregones desempolvados hoy resultan un tema recurrente, con más o menos fervor, para revelar que no tienen nada, nadita de reliquia folclórica. Más bien han vuelto para revivir una costumbre con una historia milenaria surgida, según estudiosos del tema, en las grandes ciudades, con el fin, obvio, de vender mercancías.
Mi abuela decía que llegar a China era muy sencillo, que había que cavar, eso sí, cavar bastante la tierra; pero que llegaríamos. Decía también que nunca me diera por vencida, que bajo la arboleda del patio estaban el emperador Qin y sus jardines de loto.
¿Será cierto que hay una cultura literal y una cultura espiritual, como asegura el español José Bergamín? ¿Y cuál sería la más conveniente al intelecto? Si me dirigieran la pregunta no me parece la literal, que podría definirse como el saber referenciado en cada cita o idea ajena, o sabido al pie de la letra. Por decantación, más ahonda y perfecciona la espiritual, que se enraíza y se transforma en esencias de la sensibilidad.
La información fluía bien. Todo el mundo estaba atento a cada intervención. El auditorio se actualizaba, prestaba especial interés a lo que se exponía, en un ambiente de silencio que prácticamente se podía «escuchar», hasta que, por fin, sonó el celular.
Hoy amanecí vestida de azul, con el mismo color que hace ocho años dejé atrás en pasillos y escaleras, en aulas y albergues, en trampolines y piscinas. Un azul de uniformes, corbatas, bolcheviques, canciones y consignas que marcaron los tres años de mi vida en los que más soñé, lloré, amé y crecí.
Tranquilas, lánguidas, casi inofensivas, como sumergidas en la cotidianeidad, así transcurren hoy las colas para la balita del gas. Con los aires de recogimiento impuestos por el invierno, numerito y papeles en mano, ellas muestran algunos valores añadidos, más allá de esos recelos mezclados siempre con una miradita de reojo hacia una u otra persona, como preguntando: «Ah, ¿pero también tú quieres colarte, sala’o?».
No pudo resistir ninguno de ellos el impulso preciso de cantarte. José Manuel Carbonell dijo de ti que viviste «...con la fe misteriosa del profeta y el aliento inmortal de los titanes», mientras Rodríguez Embil te contó en letras su descubrimiento: —«Hay algo en ti— te reveló diciéndonos— de Cristo y Don Quijote...».