La información fluía bien. Todo el mundo estaba atento a cada intervención. El auditorio se actualizaba, prestaba especial interés a lo que se exponía, en un ambiente de silencio que prácticamente se podía «escuchar», hasta que, por fin, sonó el celular.
Entonces lo que se decía en voz alta dejó de ser tan importante. Y la atención la conquistó una susurrante conversación a través del móvil, al punto de que muchos de los que estaban en el salón rotaron la cabeza buscando ver qué pasaba.
No se oía nada claro. El orador del momento bajó un poco la voz, pues casi nadie lo atendía ante aquel incidente, un tanto indiscreto y disociador. Por suerte, ya estaba terminando su discurso, mientras transcurría el murmurante diálogo que puso a muchos de los asistentes «fuera del área de cobertura» del tema que se discutía. Terminó la reunión, y al final no se comprendió del todo, ni se pudo reconocer, en su completa magnitud, la importancia de algunas de las propuestas que, sobre el asunto tratado, allí se hicieron.
Y es que muchas veces esa distracción, involuntaria o no, que genera una llamada en plena reunión, y que en no pocas ocasiones lo saca a uno por completo de lo que está discutiéndose o enunciándose, puede dejar determinados cabos sueltos en la interpretación de los fenómenos que se analicen de manera conjunta, ser un elemento saboteador de la disciplina, el rigor de diálogo y el debate colectivo, y constituir además la causa de errores que posteriormente se cometen y hasta se repiten por no captarse o entenderse la orientación, en el momento preciso.
Justamente la persona que recibió la llamada en la reunión que sirve de escenario a estas letras, estaba en la presidencia. Y no dudo de que haya sido un asunto importante el motivo de aquel timbrazo intempestivo. Pero todo hubiera sido diferente si se hubiera pedido permiso para no desvirtuar el curso de lo que estaba sucediendo. Considero necesario decir en este punto que en la mayoría de los casos esas incomodidades comunicativas, con «celular en mano», las generan quienes exigen y sugieren dejar el móvil fuera del lugar de la cita, o mantenerlo apagado mientras dure el encuentro.
Cualquier «ruido» en materia de comunicación provoca disturbios, desentendimientos, disgregación. Y el valor de lo que se da a conocer se disipa con la simultaneidad de las voces. Utilizar el celular durante las reuniones, aun cuando se trate de un reclamo impostergable, bien en llamadas, revisando mensajes, o simplemente con una actitud pendiente de si vibra o no, ofrece una imagen de desinterés que coquetea con un gesto de mala educación.
En Cuba las reuniones son permanentes. Casi nada, para no pecar de absoluto, se decide fuera de un encuentro, bien a puertas cerradas o en público, lo que expresa el carácter democrático y participativo que se propugna desde muchas esferas para la búsqueda de consenso y la construcción colectiva. Precisamente por ello hay que velar para que esos espacios no se vean torpedeados por interrupciones evitables, que al mismo tiempo irrespetan al resto de las personas presentes y denotan indiferencia.