«...Los que hoy empezáis a vivir estáis ya muertos, es decir, muertos del alma, sin entusiasmo, sin ideales, canosos por dentro; que no sois sino máscaras de vida, nada más».
No era una deidad perfecta, ni la princesa resbalada de un cuento de hadas. Pero tenía tantas virtudes que bien podía comparársele con una diosa terrenal, de esas que hechizan a cualquiera.
Imagine que ha recibido una llamada telefónica drástica: «Vamos a bombardear su casa. Márchese cuánto antes». «Pero, ¿adónde?», responde usted, que ha visto cómo mueren todos los que se refugian lo mismo en otras viviendas que en escuelas. «No sé, solo váyase».
Vaya a lo importante, pues, pediría algún lector apremiado...
¿Qué fue primero, la gallina o el huevo? Mmm, ignoro si Platón o Hegel le dedicaron tiempo al asunto y le encontraron respuesta. Pero hoy, en la Franja de Gaza, donde corre la sangre de cientos de palestinos inocentes bajo los misiles israelíes, brota una interrogante muy parecida: ¿Quién disparó primero?
Es una tarea ciclópea resumir en unas pocas líneas el significado de algo tan especial como la Revolución Cubana, que el viejo Hegel no hubiera dudado un instante en caracterizar como un acontecimiento «histórico-universal».
Leer la Historia, un festival que marcó las pautas para una recreación pluricultural. Foto: Calixto N. Llanes
El primero de enero se cumplen 50 años del triunfo de la Revolución en Cuba. El proceso de transformación económica, social, política, ideológica y cultural que da inicio en 1959 en la Mayor de las Antillas no tiene parangón en América Latina. Con una permanente movilización y protagonismo del pueblo cubano esta Revolución ha tenido la habilidad y la fortaleza de resistir con éxito al poder imperialista más poderoso y destructivo que haya conocido la humanidad, el cual ha pretendido someterla por las vías militares abiertas y encubiertas, bloqueos económicos, políticos y diplomáticos, y por medio del apoyo permanente a grupos contrarrevolucionarios que actúan en el interior y fuera del país.