Genial idea la que han tenido en la televisión nacional de incorporar, intercalada entre varios espacios cotidianos, esta suerte de menciones o spots, identificados todos bajo el rótulo de ¡Cuba, qué linda es Cuba!
Fuma como quien desea que en cada bocanada se le salga toda la ansiedad contenida. Entre un cigarro y otro, desde las seis de la tarde y hasta bordeando las ocho, toca puertas conocidas acarreando las sobras alimenticias que la gente le reserva para que críe sus cerdos.
El entendimiento y la empatía no han de encasillarse en unos pocos espacios o momentos de la vida; su acción sanadora abarca los más disímiles senderos de la convivencia y las relaciones humanas.
Ni tan corto que no alcance, ni tan largo que se pase. En ese singular hilo acrobático se balancean las «suspicacias» cubanas en relación con los vaivenes de la política norteamericana.
«Lo que no hay es vergüenza». Esa suele ser la frase con la que muchas personas replican airadamente ante los «no hay», tan constantes y dañinos en nuestra cotidianidad.
Así como conservamos con amoroso celo cartas y fotos familiares también deberíamos proteger con elemental esmero los patrimonios monumentales. Unos representan tesoros de nuestras historias personales únicas; los otros cuentan sobre episodios y protagonistas gloriosos de la historia grande de la nación de la que somos partes inseparables.
En ciertas noches no duermo tranquilo, aunque no soy el único. Algunos de mis conciudadanos dirán lo mismo: en ciertas noches no dormimos tranquilos; despertamos con frecuencia. Y si el desvelo fuese determinado porque nos inquietan los ruidos de las turbulencias donde el mundo se ha adentrado o por la ansiedad que condiciona los problemas y las dificultades de Cuba —inserta también en este mundo dislocado—, no resultaría tan preocupante el insomnio: tendría una razón constructiva.
Y los datos están a la mano: el FMI indica que la economía mundial se contraerá 1,3 por ciento en el año 2009 y solo...
Al pairo, náufrago en la soledad del viaje final. La imagen sobrecoge por su fuerza emblemática. El derretimiento de toda posibilidad de sobrevivencia es solo la punta del iceberg del holocausto ecológico que se registra día por día en el Ártico. Es el grito —ya casi un rugido de la sensatez— contra el deshielo de los casquetes polares, a cuenta de ese calentamiento global que no cree en nada ni en nadie; ese horno en que el hombre, con su avance tecnológico e industrial sin miramientos, ha convertido a la atmósfera.