Conocí de su Montón de estrellas y su singular fenómeno musical en la medianía de 2001, cuando desandaba por primera vez las aulas del instituto preuniversitario vocacional de ciencias exactas (IPVCE) Federico Engels, en la provincia pinareña.
Todo comienza con el silencio. Más del normal, más del que impone la injusticia por más de 15 años, trae la ansiedad. Y la angustia crece. Primero uno puede imaginar que es una sensación leve, llegada de pronto, que se trata de espantar con un pensamiento positivo: «No debe ser nada; va y llama más tarde o escribe un correo», luego va creciendo, cuando el teléfono no suena, cuando el buzón no avisa de un mensaje nuevo, cuando nadie sabe nada.
CARACAS.— La noticia debió de haber cruzado, como un meteorito, el mundo; o al menos haber caído como pan caliente en las portadas informativas de los grandes medios del país: el presidente Nicolás Maduro convocó el martes a un diálogo nacional después de las elecciones municipales del 8 de diciembre (8-D).
Muy a pesar tuve que perderme una clase de la querida Nuria Nuiry. Y me disculpo con ella, MAESTRA con mayúsculas. Mucho más que Doctora, catedrática y profesora universitaria, mujer sabia y culta —que también ha sido todo ello con creces—, a Nuria la siento como mi maestra.
Dispara. Disfrútalo. Mata y remata. Acribilla a niños en la escuela o tirotea a tu madre. Ese es el mensaje obvio de un nuevo video-«juego» que permite empuñar un fusil de asalto R-15 y reeditar la matanza ocurrida hace aproximadamente un año en la Escuela Elemental de Sandy Hook, en Newtown, y tomar una pistola Glock y dispararle a su madre mientras duerme en la cama… la misma con que Adam Lanza se suicidaría cuando se enfrentaba a las fuerzas policíacas.
De Mariana Grajales escribió José Martí bellas y conmovedoras páginas. Entre ellas, las que plasmó en ocasión de su muerte en Jamaica, el 27 de noviembre de 1893:
Estaba participando en Costa Rica en un seminario de Educación Política, en noviembre de 1963, cuando nos llegó la noticia del asesinato en Dallas del presidente norteamericano John F. Kennedy.
Toda mutación en la forma de ser de una persona que por inesperada llega a sorprendernos, con seguridad tuvo una historia. La génesis de cualquier transformación, entendida como el paso a un nuevo estado —es decir, el surgimiento de algo cualitativamente diferente—, es resultado de sucesivos cambios —cuantitativos, diría Engels—, que pueden ocurrir, según el prisma con que se les mire, de una forma vertiginosa o con una lentitud desesperante, sin importar que su duración sea de apenas unos nanosegundos o de decenas de años.
Sobre la música de mis 22 años, podría confesar que oí todo lo de Nino Bravo; ese que gritaba por Noelia, o que llevaba un beso y una flor por equipaje. Qué dramáticamente cursi fui cuando mi corazón alcanzaba el punto del caramelo releyendo las cartas amarillas de tantas palabras nunca dichas. Podría añadir haber sintonizado algo de Schumann —romántico y clásico—, y de Lecuona y Ankermann, de Sindo y Delfín, de todo ese lirismo cubano desde donde pestañea el cocuyo de la nostalgia por lo que uno no ha vivido junto a la damisela encantadora o a la flor de Yucayo la bella, sufriendo las penas que a mí me matan sobre el tronco de un árbol en cuya corteza caben también nuestros nombres. O escuchar bajo la ventana de Luz Vázquez si no te acuerdas gentil bayamesa que fuiste vecina de pelo negro y ojos límpidos del Padre de la Patria.
Cincuenta años y la verdad sigue guardada bajo siete candados. ¿Quién mató a John F. Kennedy? Elemental, las balas disparadas en Dallas el 22 de noviembre de 1963 sellaron un golpe de Estado donde estrecharon sus manos la CIA y la extrema derecha del poder político-económico estadounidense para utilizar como sicarios a mafiosos italo-estadounidenses y terroristas anticubanos de Miami.