CARACAS, Venezuela.— Todavía, a dos días de las elecciones municipales en este país, resuena el eco de los resultados, los cuales pueden entenderse como un triunfo muy importante de la Revolución Bolivariana, que superó nuevamente la adversidad, representada ahora por el complejísimo panorama económico.
Mucho se habla y con razón de burócratas y negligentes, de maltratos y desatenciones. También de conductas excepcionales, grandes aportes —en cualquier campo— y resultados destacados. Poco o casi nada, de quien sencillamente día a día, sin perseguir fama, gloria ni agradecimiento, hace bien lo que le toca, a veces sin hacerse notar, salvo cuando por alguna razón no está y entonces recordamos aquello de que nadie sabe lo que tiene hasta que no lo pierde.
Mamá, no te quiero ver llorando… mamá, yo me voy a portar bien, para que tú me vuelvas a querer… Así cantaba Carlitos, con una voz melódica y temblorosa, la canción que inventó para dedicársela a quien lo trajo al mundo. Yo estaba ahí, muy cerca de la puerta, con los ojos desbordados y tuve que dar dos pasos hacia atrás, para que ni él ni los demás se dieran cuenta.
Siempre que comienza a llover y a tronar acuden a mi recuerdo las cacerías de cangrejos. ¡Cuánto nos divertíamos los manatienses de finales de los años 60 del siglo pasado con aquellas aventuras entre la manigua y los mosquitos de Tabor! Bastaba con que apareciera un chubasquito escoltado por un relámpago para que nos alistáramos en disposición de perseguir a los crustáceos en su propio territorio.
Ese día mi jornada concluyó algo más tarde de lo normal, pero había sido feliz, y me había sentido dichosa, querida: por fin había compartido con mis amigos, fotos de la ceremonia de mi casamiento, de mi luna de miel «al natural» y de mis peripecias vestida de novia en el Pico Turquino; sí, allá mismo, en el Techo de Cuba, donde se alza en bronce mi Martí idolatrado.
Enseñar una lección puede costar varias estrategias. Incluso todas, cuando el aludido no se da por avisado, ni enseñado, ni asustado, ni cambiado. Se intentan varias vías, se gasta hasta la última bala, se sacan los ases bajo la manga… pero ¿todo se vale? ¿Cualquier fórmula es legítima?
Recordar a un padre es un acto verdaderamente hermoso y se alimenta el espíritu del hombre que siente orgullo y admiración por ello, máxime si ese padre es un héroe de la Patria, si su vida entregó por hacerla feliz y libre de toda dominación.
Desde hace más de 50 años vivo en una sociedad altamente consumista. Aquí, en Estados Unidos, la palabra de orden es comprar, comprar y comprar, y aunque no exista el dinero para hacerlo, es casi un acto de fe.
Qué palabrita peregrina para el cubano de acá. «Fasten» es cruzar el charco, ver más allá de los rompientes en el Malecón. Asomarse al mundo. «Fasten», por aquello de fasten belts. Sí, pero mucho tiempo que tuvimos que apretarnos el cinturón y era más difícil montarnos en un avión y ver otros parajes, salvo las excursiones a los entonces países socialistas que eran como visitas dirigidas; los que han viajado con pasaporte oficial, en misiones de trabajo y delegaciones, y quienes recibían cartas de invitación.
Sin quitarles el cartelito de patito feo a algunas categorías económicas, y darles mejor vista en las aguas de nuestra economía, será más complicado dar el salto que nos proponen los Lineamientos aprobados en el VI Congreso del Partido.