Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Predicciones en enero

Autor:

Osviel Castro Medel

Caracas, Venezuela.— Cuando el avión se lanzó a la pista, la multitud empezó a arder. Llegaba el hombre esperado, el mito vestido de verde, el héroe de tantas anécdotas con su fusil a cuestas.

Unos calculan que eran 30 000 personas las que formaron el apiñamiento telúrico en las inmediaciones del aeropuerto de Maiquetía. Otros, más. Lo cierto es que el guerrillero se abrió paso entre el oleaje humano y, en el recorrido de más de 20 kilómetros hasta la capital del país, vio crecer jardines en el aire, ojos sin disimular la humedad, manos abiertas, miradas curiosas, volcanes...

Alguien, 55 años después, narró así el acontecimiento: «En el trayecto hacia Caracas decenas de miles de personas lanzaban flores a su paso. Muchos lloraban por la emoción. Una buena parte del camino, el pueblo venezolano lo llevó en hombros. Estuvo en una ceremonia de bienvenida que le ofreció el Congreso, y también en la Universidad Central, en el Concejo Municipal de Caracas y en la concentración en la plaza de El Silencio».

Fueron cinco días inauditos, en los que la Sierra pareció transportarse a los cerros de la ciudad inmensa, los autógrafos se multiplicaron por mil, los aplausos crecieron, las barbas regalaron versos y predicciones.

Precisamente de aquella primera visita de Fidel, iniciada el 23 de enero, solo 15 días después de su entrada apoteósica a La Habana, lo más memorable fueron sus profecías y conceptos.

Habló el líder de la importancia de andar sin desuniones, de la necesidad de rescatar los truenos de Bolívar, del valor estratégico de Venezuela para la América mestiza, de las becas que un día se abrirían en Cuba para todo el continente.

Y dijo palabras-proyectiles que hace falta poner en los horizontes de la vida presente. Expuso que para los revolucionarios el poder no es «baño de rosas ni un paseo», que tampoco «significa riquezas» ni vanidad, sino sacrificio al cuadrado, menos descanso, más lucha.

Delante de admirados imberbes, sentenció que los revolucionarios no se aburguesan, no se burocratizan, no se encandilan con la vida cómoda, ni con la buena comida o la buena ropa. Que la humildad los llena; que no son artistas para colmarse de fama y aplausos.

Así calaron las palabras de Fidel, exactamente un año después de que la Junta Patriótica guiara a las masas al derrocamiento de la tiranía de Marcos Pérez Jiménez.

Todavía hoy en un barrio que asumió el nombre de Sierra Maestra —justo en la parroquia 23 de Enero—, o en cualquier esquina sencilla resuena el eco de cada discurso y asoma el espectro de la gorra verde olivo que obsequió en estas tierras.

La única nota terrible de aquellas fechas fue la pérdida física del jefe de la escolta personal, el Comandante Paco Cabrera, quien el 27 de enero de 1959, al retornar, fue impactado accidentalmente por las hélices del avión, en el propio aeropuerto.

Al margen del percance insospechado, Fidel el hombre, Fidel el amigo, había dejado desde ese enero y para siempre su verbo fecundo en Venezuela. Más que eso, su corazón todo en Venezuela.

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