Otra vez lunes y ella frente al espejo, disfrutando del momento más placentero del día antes de marcharse al trabajo. Se mira y esconde con polvos sus ojeras, dibuja sombras de colores en los párpados cansados y piensa cuánto ha envejecido en pocos años.
Con la actitud desafiante y un dedo pulgar que incitaba a la trifulca, sonsacó aquella interlocutora con semejante frase: «Si no te gusta, protesta. Las quejas al delegado».
En la historia de los Juegos Centroamericanos y del Caribe (JCC), el atletismo ha constituido uno de los deportes que siempre ha mostrado endemoniada pugna. Historias de tiempos y marcas que han frisado los límites mundiales por la presencia de atletas reconocidos y varios «eléctricos» que sin contar con ellos se han metido en el cuadro de medallas, pululan por doquier.
Parecería un ejercicio fatuo de imaginación, o esas casualidades que solo viviéndolas resultan ciertas… Pudiera, incluso, ni creerse por lo insólito del asunto, pero es real y lo advierto: quizá no sea esta la primera vez.
No creo que exista un país soberano en el mundo que acepte o se pueda dar el gusto de dejar entrar a vivir a cualquiera que ilegalmente cruce sus fronteras. Cuesta trabajo creer que alguien tenga el derecho a moverse de un país a otro sin primero pedir permiso a las autoridades de la nación que te recibirá. Si no me equivoco, el único caso que conozco de que ciudadanos de un país lleguen a otro ilegalmente y se les reciba con las manos abiertas es el de los cubanos que logran pisar tierra de Estados Unidos. Por motivos políticos muy bien conocidos, existe una ley que legaliza automáticamente a cualquier ciudadano cubano que llegue a este territorio.
Desde los días más tempranos de mi infancia recibí influencias en el ámbito familiar que me despertaron el interés por los temas jurídicos y éticos; más tarde, sobre ese fundamento familiar y la propia formación profesional, comencé a desarrollar una mayor conciencia de la importancia de la cultura jurídica de la nación cubana y de su papel en la defensa de las conquistas históricas de nuestro pueblo. En los tiempos actuales y en medio de la aguda crisis de valores en que vivimos, el tema de la ética, y, en especial, de la juridicidad, se revelan cada vez más, como la cuestión clave a resolver para garantizar la continuidad histórica de la Revolución.
Me pregonó sin licencia su vanidad: «“Chama”, tengo buenos zapatos, pantalones y gafas». Fue un chantaje emocional a mis jeans «de las tres guerras». Casi se me arruga de la vergüenza. Debía haberlo encarado con argumentos, pero «debía» es solo eso, una posibilidad. Es que mis argumentos eran ideológicos y no materiales. Le hubiese generado un ruido, y un comunicador que se respete, ya saben…
«¡Una yegua y un machete es lo que te voy a comprar!». No poco tiempo me tomó tratar de descifrar lo que me quiso decir mi padre, cuando siendo un crío me le acerqué, tal vez demasiado entusiasmado por el contacto musical de las fichas cuando le dan «agua», a pedirle un dominó.
Para pequeños gigantes dejamos en casa el mejor de los bocados, lo más tierno de nuestra literatura, la más eficaz de las medicinas, la más segura de las prácticas, el amanecer cada día con la escuela y el maestro esperando, la sonrisa cariñosa y aleccionadora que siembre más de lo que mata. Nuestros infantes son acariciados en este archipiélago consentidor como la «herencia de oro» que mostró el Apóstol. Pequeños, pero con grandes derechos.
Hay un fenómeno actual que origina, en cierta medida, el despojo o la suplantación de la identidad de las comunidades, por obra y gracia de generalizaciones impropias que confunden y desvirtúan la realidad.