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Cuba y la poesía vital necesaria

Pesan sobre nuestro tiempo angustias y azares, pero el espíritu ha de expandirse más allá de todo lo que falta en las horas amargas. Tenemos que salvar la poesía: la de un verso, la de una canción, la de la vida, la de un país

Autor:

Xiomara Pedroso Gómez

Era una tarde de sol cuando encontré a mi alumno meditando bajo un árbol en las praderas de la Universidad de las Artes de Cuba. Me senté a su lado y, al preguntarle en qué pensaba, respondió: «en la falta de poesía»…

Aquella sentencia me quedó tatuada en la memoria y a ratos —que parecen siglos— me ha provocado desvelos por su retorno incesante.

Todavía puede sentirse en el aire una estela pesada por la partida de María Elena Pena y Marta Valdés… El dolor me hizo revivir las canciones que, en sus voces y en las de otros artistas, tantas veces escuché. Los boleros, el filin, la vieja trova… me completan.

Recordé mis encuentros con la propia Marta, con César Portillo de la Luz, Ángel Díaz, Ñico Rojas, Sigfredo Ariel, Bladimir Zamora y con otros tantos que no alcancé en vida, pero que admiré y amé recónditamente, contagiada por la pasión que, por ellos y su arte, me legó mi madre.

Repasé los versos, me envolvieron las metáforas y el encanto de las frases que enamoran y acarician con la música. Escuchar los tesoros de la cancionística cubana ha sido, cada vez que un grande parte, mi mejor manera de recordarlo y saberlo entonces inmortal.

Ha sido vasta nuestra herencia musical. Sobre sus hombros se erige Cuba con orgullo, para decir que somos una de las cunas musicales más fecundas del planeta. Entonces, duele la desmemoria, lastima el olvido cuando algún joven desprecia la obra hecha: «el bolero es cosa de viejos», «la trova es música antigua». Hay quien ni acierta a pronunciar el nombre de los géneros, por ser inexistentes en su «moderno» repertorio.

Véase el panorama de la música popular bailable actual. Piénsese en las letras, en los niños que en escuelas y calles se hacen eco de lo que adultos comparten sin barreras, multiplicando lo que abochorna, ensucia y reduce. No piensan que esos serán los hombres que mañana tocarán a las puertas de un país que luego será exhibido al mundo. No descanso al cuestionarme si esos son los hombres que requiere una nación para su altura, y referencio con ello lo alto de pensamiento, de obra y espíritu. ¿Realmente son esos los niños que quieren los padres, los maestros, los hermanos, los tíos, los adultos para sí y para Cuba?

Todos tenemos el deber de hacernos la pregunta, replantearnos las virtudes que encierra ser humano en medio de la agonía de la supervivencia y poner todas las manos en forjar la obra que soñamos. Yo aspiro a mucho más para la Patria y sé que no estoy sola. Mas, hay a quien se le duerme la razón, la fuerza, el juicio y se pierde entre la angustia, el dolor, la parálisis mental, espiritual o los velos de humo.

Despertémoslos. No podemos ser indiferentes. Nos recuerda la filosofía Ubuntu: «yo soy por que tú eres». Y en cada cubano, sin excepción, está el poder de hacer del pecho del compatriota próximo un lugar mejor, que es lo mismo que decir la Patria. Ella nace en el alma de cada cubano y en lo que cada uno representa. Al corazón de sus hijos, vuelve Cuba.

Mirémonos adentro y devolvámosle la poesía a la vida, a pesar de todo. En estos tiempos, más que bella es necesaria, pues «[...] con la resurrección de la poesía entra como una ingenuidad al corazón, parecida a la del ejercicio de la virtud, que da al rostro en la misma agonía la calma y la limpieza de los niños» (Martí, 1894: 432).

Pesan sobre nuestro tiempo angustias y azares, pero el espíritu ha de expandirse más allá de todo lo que falta en las horas amargas. Tenemos que salvar la poesía: la de un verso, la de una canción, la de la vida, la de un país.

Allí donde va la palabra, que retorne el verso, vestido de estos tiempos, pero esencialmente hermoso. «El poeta debe callar su dolor hasta la hora sublime en que el verso tallado en él busca salida, despedazando las entrañas, para consolar la pena de los hombres con la poesía misma que la pena inspira» (Martí, 1888: 206).

Martí es la brújula. No podemos perdernos. En él, la poesía, la guía y la luz. (Tomado de Cubadebate)

Referencias bibliográficas: Martí, J. (1894). Cuaderno de Apuntes. Número 18. En J. Martí, Obras Completas. Tomo 21 (p. 432).
Martí, J. (1888). «Juan de Dios Peza». En J. Martí, Obras Completas. Tomo 8 (p. 206).

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