Al eco de tres disparos y en medio de gran revuelo, una voz se impuso al desconcierto: «¡Calma, camaradas! ¡Esto no tiene importancia! ¡Manténganse tranquilos!». El que mandaba era Lenin, que acababa de sufrir un serio atentado, pero que, incluso con el pulmón y el hombro izquierdos mordidos por balas envenenadas, disponía serenamente su propio rescate.
«Si no estoy ahí, se acaba el mundo»; «no puedo dejar tranquilo mi puesto de trabajo ni por un minuto»; «no saben hacer nada sin mí»; «no se toma ninguna decisión si no estoy»; «el ojo del amo, engorda el caballo», esgrimen algunas personas, que aún con otras supliendo sus funciones, ya sea en el ámbito laboral o familiar, asimilan con recelo el hecho de tener que ausentarse o alejarse de ellas.
Hay quienes al ver algo incorrecto, o sintiéndose maltratados o «peloteados» —una variante del maltrato—, culpan al Estado, al país, así en abstracto. Son inexactos y, sobre todo, injustos.
A 161 años del natalicio de Martí, volver a su obra, hurgar en las esencias de su pensamiento y aprehender de su vida la mejor de las lecciones: su condición humana fecundada de eticidad; deviene un ejercicio imprescindible para seguir cultivando la virtud. El legado ético, humanista y antimperialista del Apóstol es clave certera para enfrentar los desafíos que nos impone el mundo en que vivimos; para seguir haciendo Revolución, para no dejar caer la espada que antaño levantaron nuestros padres. No en balde es José Martí alma moral de la nación, en sí mismo es antídoto para vencer los vicios es la guía para asumir y llevar a cabo la batalla cultural por la dignidad plena del ser humano.
Cuando en Jiguaní se cruzaron los ríos de su vida y muerte, surgió a partir de entonces el misterio de su inmortalidad, que en boca de Lezama nos acompaña cada día que nos sale al paso alguna efigie o una pared que exalta sus verdades como señal inexplicable de ser extraterreno. Pero Martí, al ofrendar su plenitud para la Patria, se elevó a su nivel y le corresponde el trato que exigió para ella, el de «ara y no pedestal»; o sea, piedra, altar de los sacrificios donde iremos a ofrecer en pos de la justicia, la nuestra. Y no escalón al que subamos para hacernos de gloria, o vanagloria que desborda el grano de maíz.
José Martí ostenta los títulos de Héroe Nacional de Cuba, Apóstol de la Independencia, fundador del Partido Revolucionario Cubano, Mayor General del Ejército Libertador, y autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada, pero su mejor carta de presentación fue la humildad de ser «un hombre sincero de donde crece la palma», consciente de que «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz».
El fecundo diálogo de generaciones que de diversas formas tiene lugar a lo largo y ancho de nuestro país ha servido, entre otras cosas, para evidenciar que las ideas imperecederas de José Martí siguen siendo la columna vertebral del pensamiento nacional, como lo fueron ayer y, según se aprecia, así se mantendrán.
La aviación norteamericana está bombardeando a las milicias del llamado Estado Islámico en Iraq desde agosto, y en Siria desde septiembre, y hasta el momento, habrán matado un par de docenas de yihadistas y destruido 20 o 30 camiones o tanques, pero eso es todo lo que han logrado con sus bombas.
Las elecciones de medio tiempo en Estados Unidos son el termómetro de lo que pudiera venir dos años después, en las presidenciales. Las de 2014 no constituyen una excepción y el panorama no pinta bien para las pretensiones demócratas de continuidad, luego de que le ha sido bien difícil a la administración de Barack Obama sacar adelante en el Capitolio de Washington algunas de sus más sustanciales promesas de campaña.
Un día, a Carmen comenzaron a borrársele los recuerdos. Fueron tiempos difíciles para la familia y aún más para el hijo que le faltaba a su regazo. Tan lejos, él no podía hacer lo que más ansiaba: llevarla al médico, buscar sus medicinas, acompañarla, velar su sueño… no sé. Peor aún, esa nueva circunstancia le negó, desde unos años antes, la visita de su vieja. Ella ya no pudo cerrar las puertas del hogar en Arroyo Naranjo, La Habana; cruzar el océano, desandar carreteras para llegar a la prisión de máxima seguridad en Victorville, California.