No podemos seguir revalorizando —digamos llevándola a extraordinarios o a arrastre, como se decía en mis lejanos años estudiantiles— la que el Presidente cubano identificó ante el Parlamento como la «asignatura pendiente»: la economía.
El gran desafío del socialismo cubano sigue siendo, para plasmar sus propósitos de justicia social y convertirse en «próspero y sostenible» priorizando a los más sobre los menos, alcanzar la eficiencia y la eficacia económicas de las cuales ha carecido durante años.
Es cierto que el estimado de producto interno bruto de Cuba para 2015 augura un crecimiento de poco más de un cuatro por ciento. De lograrse se revertirán las anémicas tasas de los últimos años y la tendencia a la desaceleración, en una sociedad que ha resistido heroicamente tantos escollos externos e internos para hacer avanzar su economía.
Aunque nos permita resollar de tantas asfixias, tampoco ese incremento hará milagros por ahora en el ropero, la mesa y el bolsillo del cubano promedio. Llega el nuevo año en medio de transformaciones estructurales esenciales que garantizarán un salto cualitativo, pero demorarán en fructificar progresos para la familia.
Por ello se ha insistido, una vez más, en potenciar las reservas de eficiencia a lo interno. Un país no puede repartir lo que no logra producir en riquezas, ni avanzar con entidades que solo cosechan pérdidas, con longanizas de burocracia e intermediarios inútiles que alejan al productor del consumidor. Un país no puede desangrarse en el despilfarro de malas inversiones, en los constantes y costosos remiendos a la chapucería, y en la irresponsable administración de los recursos que toman otros atajos.
Este 2015 se pretende comenzar a reanimar sectores productivos como la industria manufacturera que, siendo pivote potencial del progreso científico-técnico, fue languideciendo durante años. Creceremos, aunque también aumentarán las importaciones para levantar y atemperar nuestras viejas fábricas, y acrecentar las necesarias inversiones productivas; a más del elevado monto de las compras de alimentos en el exterior, un fardo del que no acabamos de zafarnos, por nuestra incapacidad en tal sentido.
Las transformaciones en la agricultura cubana no alcanzan todavía los resultados productivos en cantidad y calidad que se esperan. Para este año se prevén algunos significativos incrementos en ciertos rubros; sin embargo, la oferta no satisface la demanda, y hay demasiadas manos de por medio, que encarecen exorbitantemente la mesa familiar.
También se constata que es un proceso más complejo y gradual de lo que esperábamos, el salto de la empresa estatal socialista como garantía del desarrollo, en su afán de descentralización y autonomía, en su posibilidad de retener utilidades luego de cumplir con el fisco y pagarles a los trabajadores por sus resultados, como merecen.
La descentralización en materia económica, después de tantos años de verticalismo, implica dar pasos firmes y seguros, ganar en la cultura de las decisiones, para no hacer abortar la criatura antes de que nazca y para que tampoco asome su cabezota el espectro de la centralización, el voluntarismo y el ordeno y mando.
Los nuevos escenarios en la empresa estatal socialista urgen de un empoderamiento y participación activa de los trabajadores y sus sindicatos. Sin ellos nada debía aprobarse. Sobre la inteligencia y el valor de los colectivos obreros no puede haber decisiones unilaterales y antidemocráticas.
Y el naciente sector no estatal de la economía requiere, además del tan mencionado mercado mayorista, de mayor flexibilización y atribuciones por una parte, y por la otra de mayor control fiscal y ordenamiento saneadores, para que no desvirtúe su sentido.
Tampoco avanzamos si los discretos crecimientos que obtengamos siguen escapándose por las fisuras del descontrol y por los tentáculos de la corrupción. Es muy peligroso que, en una economía limitada por la oferta, como la nuestra, se amplíen y extiendan los vasos comunicantes y las redes del mercado negro, al punto de que, con todas las comprobaciones y verificaciones que se hacen, todavía en la realización del consumo se ande «por la izquierda».
Los escenarios que se configuran deben prepararnos tanto para una Cuba con bloqueo norteamericano como sin él, porque esta última opción se torna más cercana que en otros momentos, pese al enorme andamiaje de prejuicios y limitaciones de tipo legal que será preciso derribar. Y entonces tendremos que vérnoslas con avalanchas, negociaciones y emprendimientos inéditos, siempre defendiendo la soberanía en esa frontera económica y comercial. Pero hacia adentro, ello nos obligará a mirarnos a nosotros mismos con más autoexigencia, sin excusas ni pretextos externos.
A pesar de todas estas preocupaciones, albergo el optimismo de que la economía cubana prospere a niveles cualitativos superiores, siempre con aquella lucidez temprana de Carlos Rafael Rodríguez, quien en 1960 ya prefiguraba que «una economía puede crecer sin que avance hacia su real desarrollo», porque «el desarrollo es una clase especial de crecimiento que asegura a un país crecer constantemente y a través de la autopropulsión de su economía».
Cuba tendrá que seguir derribando muros y dogmas de la burocracia inútil que se resiste, para actualizar su modelo económico y revisarlo constantemente, que en definitiva será la salvación de nuestro socialismo. Por ello brindaré sin alcohol, ni embriaguez fanática, este 31 de diciembre.