Una vez, a pleno mediodía, estuve ante su tumba en el cementerio de Manzanillo. Y frente al sepulcro sin adornos escuché su voz en relámpagos. Después lo vi levantarse orondo, acaso para ensillar un caballo de guerra.
Desde ese momento lejano, en que acopiaba datos de su vida, lo he encontrado en agitadas conspiraciones, en las llamas independentistas que nunca le extinguieron, en raíces nacionales que algunos olvidaron.
Desde ese instante hasta hoy me sigo preguntando por qué ese patriota llamado Bartolomé Masó Márquez, nacido el 21 de diciembre de 1830, no ha sido colocado en el pináculo a la hora del recuento y por qué su imagen no se ha diseminado más por el país que él mismo ayudó a despertar en los albores de una era distinta.
Es difícil comprender que hayamos dejado de ascender a ese escalón a quien fuera el segundo de Céspedes en La Demajagua; al que, casi tres décadas después, se convirtiera en el último Presidente de la República en Armas.
No puede funcionar como explicación que la fecha de su muerte, 14 de junio, coincida con la referencia obligada a otros dos grandes de la Patria.
Bartolomé Masó no merecería la omisión por haber incurrido en actos que ahora, con la cabeza fría y sin armas al pecho, pudieran juzgarse como errores. ¿Quién no los tuvo? ¿Quién no los tiene?, cabe preguntarse.
Encaró cierta vez al grandísimo Titán en los días espinosos en que se planeaba una invasión, padeció temores y mantuvo desavenencias con otros jefes, es cierto. Pero sus luces superaron con mucho las sombras.
Nunca olvidemos que él terminó siendo, precisamente por haber mantenido la virtud durante su existencia, el candidato a presidente vetado por los poderes estadounidenses. Jamás desconozcamos cuántas veces se jugó el pellejo con las balas al oído para ganar las estrellas de general; ni omitamos que trató de aplacar la sedición de Lagunas de Varona; que varias veces renunció a cargos y glorias; que intentó levantarse en la Guerra Chiquita y después de haber sufrido prisión-exilio en España volvió a levantarse en Bayate para favorecer la contienda organizada por Martí.
De ningún modo extraviemos de la memoria nacional que siete días antes de morir en Dos Ríos el Apóstol de la Independencia, conocedor del carácter de los hombres, le escribió diciéndole que «con viva amistad y con la mayor estimación» esperaba su llegada; y se autodefinió como su «cariñoso servidor y paisano».
Algún día, Masó, tendremos que ir mejor a tu encuentro y hallarte en las estrofas del himno Resurrección, que compusiste como ofrenda al 24 de febrero. Tenemos que propiciar tu retorno, machete en mano, y habrá que ponderar con más entusiasmo tu oposición a la Enmienda Platt y la forma en que terminaron tus suspiros con total modestia en la finca La Jagüita, cercana a Manzanillo.
Bravo patricio, tenemos que avivarte en los recuerdos más allá del nombre de un municipio de Granma. Y nos queda la esperanza de que tu sepulcro exhiba, radiantes, las flores que cierta vez, inexplicablemente, le faltaron.