Este 30 de junio la Organización Panamericana de la Salud (OPS) notificó en Washington la entrega del certificado que acredita a Cuba como «La primera nación del mundo en eliminar la transmisión de madre a hijo del VIH y de la sífilis». Tal certificación sobrevino tras un riguroso proceso iniciado en 2010 y conducido por el Comité regional de validación, de conjunto con la OPS, el Fondo de las Naciones Unidas para la infancia (Unicef), y el Programa Conjunto de las Naciones Unidas para el VIH (Onusida).
Desde niño siempre me llamó la atención aquel perfil que, cual remedo de caricatura, era ya inconfundible allende las fronteras insulares. Por entonces, mi bisabuela me llevaba alguna que otra vez a sus peñas del Museo Napoleónico. Y aunque por razones de edad sus monólogos legendarios, su sátira oportuna, su chispa inconfundible… en suma, su talento, me resultaban casi incomprensibles, en cambio me atraían su gestualidad, su dicción peculiar y su don de gentes.
La voz de la profesora Nuria Nuiry me hizo viajar, de súbito, 25 años atrás. Siempre que hemos conversado telefónicamente sucede igual: vuelvo a ser la muchacha del aula en la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana, escuchando conferencias sobre la nación y especialmente sobre el pensamiento de José Martí. Las exposiciones de la maestra solían ser suaves y en tono bajo, como líneas sin principio ni fin, con lo cual se nos recordaba todo el tiempo que el conocimiento es infinito.
Mi tío José había nacido en una aldea situada en las estribaciones de los Alpes italianos. Su padre poseía una panadería y un minúsculo pedazo de tierra. Cuando empezaban a madurar las uvas, los ocho hermanos montaban guardia día y noche para proteger las frutas del apetito de los pajarillos. Como en el cuento de El gato con botas, los escasos bienes paternos no prometían una herencia que garantizara el sustento de tan numerosa familia. Al igual que tantos otros italianos, José emigró a América siguiendo los pasos de mi abuelo. Hizo carrera en los negocios, pero nunca olvidó su origen campesino. Consagraba los sábados y domingos a cultivar su jardín, donde crecía un hermoso árbol de mamey. Un ciclón rajó el tronco verticalmente en dos mitades. Fácil hubiera sido derribar la planta. En cambio, luchar por su supervivencia era como salvar una vida. Un cinturón de hierro juntó las dos partes y durante muchos años pudimos seguir disfrutando de la espléndida fruta.
Entre miles que emocionan, quizá la historia más conmovedora que alguna vez nos contara Hugo Chávez fue la de Génesis, la pequeña enferma que un día le regalara al presidente una bandera y que este, en complicidad con Fidel, mandara a Cuba con la inexcusable tarea de ser feliz hasta el último día que un despiadado cáncer cerebral le dejara vivir.
Los colores son capaces de evocar en las personas estados de ánimo heterogéneos. Los especialistas aseguran que los cálidos suelen ser estimulantes y provocar optimismo, aunque también, en ciertas circunstancias, pueden despertar agresividad.
«¡Entra, dale, entra!... ¡Si no vas a entrar, entonces déjame entrar a mí!... ¿No vas a entrar ya? ¡Por favor!...». Y la anciana perdía la paciencia al ver que la otra señora no accedía a su pedido… No se percataba de que era ella misma frente al espejo de la puerta.
Fue mi primera gran aventura, a pesar de que, convertido ya en bachiller, nada debía de sorprenderme. Ocurrió cuando la Sierra Maestra dejó de ser un «misterio» para mí. Cuando por fin el imponente Pico Turquino se puso al alcance de mis pies, gracias a que —para sana envidia de mis compañeros de estudio— me eligieron para escalar la elevación mayor de la Isla.
A juzgar por lo apreciado en la calle, una mayor cantidad de personas, incluso jóvenes, evitan exponerse excesivamente a los rayos del Sol, que resultan vitales para la vida, pero también pueden suponer un riesgo.
Como he escrito en otras ocasiones, para mí, todo comenzó como una cuestión de carácter moral. He afirmado, en varias oportunidades: “en esa historia se internó mi vida en los años cincuenta, a ella llegué por una línea de pensamiento y sentimiento que identifico con los recuerdos más remotos de la infancia: las ideas de justicia y redención social se encuentran, por tanto, en sus raíces más íntimas”. Esos valores y convicciones, llegaron a mí por un sentido ético, transmitido por la familia, la escuela y la tradición cultural cubana cuyo punto más alto y elaborado se halla en José Martí.