Hace unos días tuve la extraña sensación de que las señales del tránsito comenzaban a cambiar o surgían otras para anunciar algo «inesperado». Se trataba ahora de un tronco de madera con telas y nailons colgados, rodeado de escombros y hasta con una improvisada piscina, que avisaban de algo que ya se ha hecho cotidiano en nuestras avenidas: el bache.
En una de las calles principales de una comunidad artemiseña divisé el indicio, y aunque este es un problema constante desde hace algún tiempo en nuestro diario andar, llamó mucho mi atención. A estas alturas, quizá a nadie de allí le sorprenda la «señal» o encontrar en cualquier otro sitio del país una carretera en mal estado, pero resulta increíble que mantengan esa situación avenidas por donde transitan a diario cientos de vehículos.
Sucede así por una de las calles donde se entra al cuerpo de guardia del hospital militar Carlos J. Finlay, en varios sitios de la frecuentada avenida 51 y hasta en la parada por donde inician su recorrido las rutas del P4, P5 y P14 en La Lisa, por solo citar ejemplos de esos lugares por los cuales se hace casi imposible transitar. Tampoco podemos olvidar aquellos poblados que esperan por la pavimentación de sus calles.
¿Cada uno de estos hoyos persiste por falta de recursos o de voluntad? ¿Será que El duende del bache, como nos canta Buena Fe, no ha sido aceptado en ninguna asamblea con lo que plantea? ¿Podremos algún día andar por las vías sin tantos saltos y sobresaltos, como dicen nuestros lectores en sus misivas?
Numerosas interrogantes más podrían acompañar estas líneas, pero lo cierto es que incontables calles están casi sin asfalto, con baches que parecen agujeros y que las personas rellenan por su cuenta con escombros y basura de alguna construcción. Y por si fuera poco, existen huecos estelares, que bien pudieran merecer un récords Guinness o el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad, con el que bromea críticamente nuestro Pánfilo.
Las mayores afectaciones se localizan en las vías de pueblos y barrios, donde muchos baches son como pozos ciegos:
si te equivocas, ahí puedes quedar. Existen pavimentos que convierten en malabaristas a los choferes y hacen sentir a los pasajeros como en un cachumbambé mortal. Peor aún es que cada vez que llueve, muchos de estos sitios se rebosan de agua y funcionan como arriesgadas piscinas para los pequeños.
A lo anterior se suman cada día nuevos agujeros, incluso abiertos por empresas que realizan reparaciones u otras obras y que tardan en cerrarlos o, sencillamente, alegan que esa parte del trabajo no les corresponde. De esas y de muchas de las incomprensiones que hemos referido alertan las cartas que llegan a la sección Acuse de Recibo, como la más reciente publicada de Onelio Rodríguez González, quien alertó de varios ejemplos en el municipio capitalino de San Miguel del Padrón y hasta en la Autopista Nacional.
En una reciente edición, el diario Granma señalaba que apenas algo más del 50 por ciento de las vías nacionales están en buen estado, el resto de las carreteras son evaluadas de regular y malas. Añadía que un parámetro importante para evaluar el estado de las carreteras, calles y avenidas es el grado de transitabilidad, y en tal sentido algunas de ellas superan las tres décadas de explotación.
Los programas de reparación vial tienen los baches y desniveles de las vías públicas entre sus prioridades. Sin embargo, basta apuntar que numerosas reparaciones concluidas hace poco tuvieron corta vida. Varias calles reparadas nuevamente se han deteriorado, e incluso, en ellas la capa de asfalto se ha desgastado en poco tiempo. Si se tiene en cuenta, por ejemplo, que la reconstrucción de un kilómetro de carretera está en el orden de los 137 500 pesos, ese trabajo negligente crea insatisfacciones al ser evidente que todo no se hace bien y los errores saltan a la vista.
Esos errores que han dejado huella hasta en nuestra memoria nacional tienen una larga historia, pues hasta Alejo Carpentier dedicó líneas de su prosa a estos huecos callejeros, allá por los años 40. «Y no hablemos del hermano bache que nos espera en todas partes, dando muestras de un prodigioso don de ubicuidad... Todos aquellos que tienen a veces la desgracia de guiar un automóvil por las calles de nuestra Habana, se habitúan a esquivar amorosamente ciertos baches, como si quisieran preservarlos de toda lastimadura...».
No tengo dudas de que, como decía Carpentier, sería oportuno fundar una «Sociedad protectora de Baches y Yermos», pues no siempre es cuestión de tiempo y recursos, y algunos escudan su ineficacia con este argumento. Sigue siendo imperdonable que pase el tiempo y hoyos y zanjas persistan como monumento a la ineficiencia. ¿Quién pone nombre a estos baches callejeros? El duende del bache, tema que el dúo Buena Fe compuso para su disco Corazonero, se sentiría como en casa si pasara por nuestras calles.