La publicación de un epistolario parecería un acto violatorio de la intimidad de quien, fallecido ya, no está en condiciones de defender su pequeño espacio personal. Es probable que para aquellos que vivieron con el propósito de ser útiles, esta consideración ética carece de sentido. De ese modo, sigue conversando con nosotros desde su humanidad más entrañable, la que todos compartimos en el amor, la enfermedad, la muerte que avanza sobre nosotros, la participación política y, como lo supieron Cervantes y Martí, la mezquindad humana.
Sus palabras sacudieron la nación. Era un tema complejo, pero había que afrontarlo pues, como él dijo, el primer paso para resolver un problema es reconocer su existencia.
Estoy ya en casa. Y esa es, para mí al menos, la mejor noticia, dejada atrás la estremecedora cobertura de los Decimoquintos Juegos Paralímpicos, Río 2016.
Comenzó un nuevo curso escolar y nuestras calles parecen cada día un carnaval de uniformes rojos, amarillos, azules, carmelitas… Los niños, adolescentes y jóvenes que marchan hacia sus círculos infantiles, escuelas o universidades, aun en los sitios más apartados de nuestra geografía, llevan la dicha como horizonte.
Yerran quienes piensen que la paz está asegurada solo por el silencio de las armas. ¿Cuánto de inestabilidad y, por tanto, de posibles conflictos también puede encerrarse en la injerencia, la manipulación mediática y política de los pueblos, el irrespeto a los Gobiernos legítimos que cada nación ha tenido a bien darse mediante elecciones transparentes y limpias?
Sherlock Holmes, el célebre detective, tenía un interlocutor idiota. El pobre Watson existió solamente para poner de relieve la brillantez monologante del protagonista investigador. Pocos son los lectores de la obra maestra de Miguel de Cervantes, pero los perfiles de Don Quijote y Sancho escaparon de las páginas del libro para convertirse en referentes culturales.
Esta es la historia real de cómo un grupo de turistas pasó por la Isla y posiblemente se haya llevado de esta más interrogantes que respuestas, más prejuicios que entendimientos apegados a una realidad ya de por sí compleja para quienes la construimos y la vivimos.
Está solo a unos pasos de mí, pero como en la escena de una película surrealista se desvanece cuando intento alcanzarla. Escucho su voz y su andar en la escalera, mas cuando llego a cada vértice de la bajada no la veo. Apuro el paso, pero es en vano. Al no igualar la ligereza de su marcha desisto de mi empeño.
Una mañana de domingo de agosto. El pequeño carro rojo circula por calle 9na. Al llegar a la intersección con 76, un almendrón descapotable color verde que va delante, se detiene. El chofer del auto rojo no distingue que, además de las luces de stop, el intermitente indica que va a doblar a la izquierda. El chofer del carro rojo comienza la maniobra para adelantarle, y es entonces que el conductor del almendrón, quien al parecer va con su hija y su esposa, le hace señas con la mano de que va a girar. El del pequeño carro rojo se disculpa. El del auto grande comienza a gritarle improperios, mientras dobla. El otro solo mueve la cabeza y le dice: «Paz».
Cuando lo solté, con un suspiro, todo el mundo me miró con cara de burla y me ripostaron con la más tranquila naturalidad: «¿Cien pesos? ¿Y te quejas por eso? Si a fulanito le llegaron este mes ¡quinientos pesos!».