Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Ciencia ficción a la carta?

Autor:

Susana Gómes Bugallo

Y ahí estaba ella… la más decente y decorada de cuantas mesas bufé yo había visto... No se ubicaba en un hotel, ni en una recepción del más encumbrado nivel ¡qué va! Ya dije que era decente… lo cual incluye también la idea de que estaba al alcance de los dineros de casi cualquiera al que se le ocurriera llegar por allí.

Como la más precisa escena de una película de glamur y buen gusto se formaba aquella hilera interminable de envases rellenos con muchos tipos de alimentos y sabores. En medio de aquel bulevar en Las Tunas, una sencilla puerta anunciaba que se había llegado a la Mesa Bufé, a la misma que me habían anunciado como una de las «maravillas» de la gastronomía de esa provincia oriental. Y no era para menos.

Por solo 70 CUP por persona podían degustarse las recetas esenciales que requiere cualquier ocasión especial: frutas, ensaladas, viandas, arroces de diversas variedades, exquisitos platos fuertes, deliciosos postres, jugos, refrescos y alguna que otra variedad en maíz o harina. ¿Nada del otro jueves, verdad? Pues allí existía, colmada de público alegre que se tomaba fotografías o cantaba felicidades, con cake y helado de la misma mesa.

No es que 70 CUP sea poco, ni que los alimentos mencionados sean exóticos, pero vale destacar este sitio porque sabemos que no existen muchas opciones gastronómicas como estas en el país. Además de accesible (porque una familia bien puede planificarse un día para llegar hasta allí, aunque sean amplias las necesidades y más bien estrechos los ingresos), el esmero y la dedicación con el que estaba preparada aquella mesa son un buen ejemplo de la dignidad que debe acompañar a la gastronomía estatal, tan desvencijada y exigua por la mayoría de los parajes.

Según me contaron allá, con cinco pesos puede desayunarse en aquel espacio que en las mañanas se convierte en proveedor de tostadas, jugo, café con leche y chocolate caliente. Para las tardes están también las opciones de las varias heladerías, con disímiles sabores y especialidades, todas al alcance de los dineros locales.

¡Y qué decir de 2007, el restaurante colonial de aquellos lares! Imagine los cocteles tradicionales por debajo de diez pesos; mariscos que no sobrepasan los 20, y los platos fuertes sin ir más allá de los 30, con guarnición y postre.

Nada por lo que escandalizarse si se recuerdan ofertas como las de Isla de la Juventud y sus restaurantes especializados en cada tipo de carne, en los que una completa (con postre y líquido incluido) tampoco va más allá de los 25 pesos. O ejemplos provinciales como los que a veces escuchamos en boca de algún amigo excursionista.

¿Por qué, junto a ejemplos tan animosos, otros tan desesperanzadores? ¿Qué hace la población de sitios en los que salir a comer fuera solo tiene como destino posible un establecimiento no estatal, con sus casi comunes exacerbados precios? No son pocos los territorios en los que encontrar una opción estatal atractiva resulta una expedición a la ciencia ficción. Y no debiera ser que en unos lugares sí, y en otros no. ¿De qué depende la diferencia? Ya está demostrado que se puede en algunas geografías, ¿por qué no medir con esa vara de lo exitoso a los lugares que aún no despuntan y siguen siendo un reflejo de la chabacanería, la desidia y el abandono?

Si la gestión estatal no hace mucho por estos establecimientos de opciones lamentables, ¿por qué no ponerlos en manos más emprendedoras y velar porque no se olviden los límites entre lo posible para el bolsillo y lo agradable para el alma y el paladar? Una buena opción podría ser continuar apostando por las cooperativas, esas asociaciones en las que cada socio es dueño y la calidad importa a todos. Pero que sea cooperativa de verdad (como muchas que conocemos) y no una caricatura de la unidad de comercio que antes estuvo allí y sigue estando de algún modo por los mal aprendidos vicios.

Luego de un período sin emitirse licencias de cuentapropismo gastronómico en la capital —con la intención de revisar asuntos que no andaban bien y que deben continuar perfeccionándose— el pasado 7 de noviembre se reanudó este proceso.

La mirada atenta de las autoridades debe encargarse de fijar un justo medio entre ambas gestiones y lo que pueden ofertar, para que, ni una venda barato y sin calidad, ni la otra prometa delicias para ingresos encumbrados.

Lo importante es que funcione y que sea para la mayoría de las personas. Aunque hoy todavía comer fuera sea privilegio de alguna que otra fecha señalada, debe llegar un momento en que el salario alcance para una salida en familia sin dolores de cabeza al día siguiente por la «resaca» de lo gastado. Y sin que haya que contar una buena historia, cual si se tratara de ciencia ficción.

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